CINCO RUTAS POR LA C. A. de MADRID
Temas para CICLO SUPERIOR y AZAFATA/O DE TIERRA
1ª RUTA POR El VALLE DE LOS CAIDOS Y El ESCORIAL
Trayecto: Madrid - El Escorial - Valle de los Caídos - Madrid -
Saliendo por la N-VI, ó A-6, conocida como la carretera de A Coruña, esta nos conduce hacia el Norte, hacia la Sierra, en el 17 Km. se debe tomar el desvío hacia El Escorial, carretera que, pasando por Galapagar, desemboca frente al Monasterio.
El Monasterio de San Lorenzo de El Escorial:
Nos encontramos en uno de los lados menores (162 m. de largo) del gigantesco rectángulo que constituye el edificio, cuya puerta principal se encuentra en el lado mayor, (207 m.), que mira al Oeste.
Los turistas suelen penetrar inmediatamente en el edificio por la puerta central de esta fachada Norte, situada entre la zona llamada de los palacios (a la izquierda) y el Colegio (a la derecha). Pero sería loable trazarnos un plan general y reflexionar sobre su interpretación.
Recordemos algunos datos sobre el mismo.
Nos encontramos ante el Monasterio de San Lorenzo, construido por Felipe II entre 1563 y 1584, es decir, en poco más de veinte años, casi un tiempo record para lo que El Escorial es, lo que encierra, y considerando que se colocó piedra a piedra con los medios técnicos del siglo XVI.
Está dedicado a San Lorenzo (10 de agosto) porque es día Felipe II ganó a Francia la batalla de San Quintín, ante las puertas de París.
Las relaciones belicosas de su padre ahora se tornan en un acercamiento a la política francesa.
Exteriores:
Frente a la fachada Oeste, y también frente a la Norte, veremos una armónica sucesión de edificios: son las casas de los funcionarios de la Corte, Ministros, Infantes, guardia, etc.... que rodean en forma de "L" por estos dos lados el edificio. Aquí también las casas destinadas a la administración y la burocracia reciben el nombre de "Casas de los Oficios".
La Planta:
San Lorenzo, mártir romano, murió quemado sobre una parrilla, por ello se elige que el edificio tenga también la forma de una parrilla invertida o boca arriba.
El mango sería el saliente constituido precisamente por la zona destinada a palacio por Felipe II en su fachada Este, y las cuatro torres de sus esquinas, las cuatro patas en las que la parrilla se apoyaría en el suelo. Este símbolo, la parrilla, será encontrado por el visitante labrado, esculpido en relieve, o pintado, por muchas zonas del edificio: es el emblema de El Escorial.
A la izquierda, se sitúa el palacio del Rey Felipe, o "el mango de la parrilla".
La fachada principal.
La Lonja, amplia zona enlosada en granito y cerrada por una cerca con bolos y cadenas de hierro, típicos elementos decorativos del arte de Herrera, el arquitecto escurialense.
La gran fachada principal si se quiere ver debemos alejamos para mirar su grandiosa perspectiva. La lonja se encuentra en una superficie sobre la que se levanta el edificio, sin contar torres y cúpulas, en una altura de 30 metros. Pero esto no es sino una gran plataforma que nivela el desnivel del pie de monte.
La fachada Sur se levantan sobre un cuerpo arquitectónico inferior, que nivela así las desigualdades del terreno.
Las otras dos fachadas del edificio es de casi doble altura. Incluso los jardines se levantan a su vez sobre otra plataforma, siempre para seguir nivelando el inclinado terreno.
Pero admiremos un poco la compacta y grandiosa edificación ante la que nos encontramos: Un impresionante conjunto que tiene 2.593 ventanas, 1.200 puertas, 300 celdas para los frailes, 86 escaleras, 89 fuentes, 16 patios y 1.600 cuadros y pinturas de Velázquez, El Greco, Tiziano, Tintoretto, El Bosco (...)
Un edificio que se construye en el propio lugar elegido por Felipe II para dar gracias a Dios por la victoria de San Quintín.
Se quiso reunir aquí un conjunto de servicios y cumplir determinados objetivos: un gran monasterio y una fabulosa basílica donde los monjes jerónimos estuvieran orando y dando gracias a Dios por su protección; siempre, día y noche, en alguna capilla de El Escorial se habría de estar celebrando misa.
Centraliza toda la gigantesca Administración Pública de los numerosos reinos extendidos por todo el planeta, hasta tal punto que "jamás se ponía el sol sobre los dominios españoles".
El palacio está alejado de la Corte para trabajar en un clima más fresco y sano que el del caluroso Madrid.
Es un centro científico y artístico de carácter universal, para lo que reunió la más grande biblioteca de su tiempo, que mandó a sus embajadores adquirir por todos los países; así reunió 3.379 libros impresos, 1.886 manuscritos árabes, 582 en griego, 2.086 en latín, 7.000 estampas, grabados y dibujos..., todos ellos verdaderas joyas bibliográficas; mandó venir a todos los artistas europeos que quisieran trabajar para El Escorial, y encargó la compra de centenares obras de arte.
Es el panteón donde se enterraran los reyes y reinas de España, lo que así ha sucedido desde su padre, Carlos V, y su madre, Isabel de Portugal, hasta nuestros días, salvo dos excepciones: Felipe V, Luis I, Fernando VI, (los tres primeros Borbones), José I Bonaparte y Amadeo de Saboya.
Así, este gran conjunto quería expresar al mismo tiempo el poder y las fuerzas de la monarquía española, su hegemonía imperial sobre todas las naciones de Europa, el triunfo de la fe católica frente a los protestantes, el esplendor de la liturgia, la gloria de la ciencia y las artes (....) ; era una terrena "ciudad de Dios", resumen de lo absoluto, oferta máxima de un rey y de un pueblo al Dios de los ejércitos que los protege: un nuevo Templo de Salomón.
Paseo por su interior:
Nada más entrar, el zaguán, a través de unos grandes arcos, nos introduce en el magnífico Patio de los Reyes de Juda. Un enorme patio rectangular, proporcionado y severo, en cuyo frente vemos la fachada de la iglesia. Sorprenden en ella las colosales esculturas de seis reyes de Judá, con coronas, cetros e insignias de bronce. Desde aquí podemos imaginar el conjunto. Tras nosotros, encima del pórtico que hemos atravesado, la Biblioteca. Frente a nosotros, lo que sin duda es el corazón del edificio: la gran basílica. Toda la fachada izquierda del patio es el Colegio; toda la fachada derecha es el convento. Tres escalones, al fondo, nos dirigen al pórtico de la iglesia: ese es el centro geométrico del complejo. Si nos encaminamos a la izquierda, tras el Colegio, y a un costado de la basílica, todo el espacio está ocupado por los palacios. Si nos encaminamos a la derecha, tras el convento, y al otro costado, todo el espacio está ocupado por el Patio de los Evangelistas, a cuyo claustro se abren las Salas Capitulares y la sacristía.
A la izquierda, bajo los palacios, se encuentran los museos.
A la derecha, bajo la sacristía y las Salas Capitulares, se encuentran los panteones reales.
¿Queda algo más? Queda "el mango de la parrilla", el espacio que en el centro de la fachada Este sobresale exactamente detrás de la cúpula y del altar mayor, prolongando el edificio. Ese es el palacio de Felipe II.
En la basílica se accede pasando por el atrio bajo la famosa "bóveda" plana que construyera Herrera.
La iglesia es un gran cuadrado, con una gigantesca cúpula central apoyada en cuatro monumentales arcos que reposan sobre gigantescos pilares que sostienen, todo alrededor de la iglesia, una enorme cornisa de orden dórico.
En las paredes laterales, capillas sobre las que se encuentran balcones corridos con las típicas bolas herrerianas.
La cúpula es de piedra desnuda, contrastando con las bóvedas, que están pintadas con espléndidos frescos por Lucas Jordán. Esta cúpula, como en San Pedro de Roma, constituye el centro estético del conjunto encuadrada, desde el Patio de los Reyes, por dos torres (que proyectadas también en San Pedro no habían llegado a construirse). No hay que olvidar que Herrera había estudiado en Roma junto con Juan Bautista de Toledo, el autor de los planos y director de la obra durante los primeros años, hasta que a su muerte, Juan de Herrera, que era su ayudante, le sustituyó imprimiendo a toda la obra su sello personal; un sello del que no fue ajeno el propio Felipe II, que visitaba frecuentemente la marcha de los trabajos, ordenaba actuaciones y vigilaba la obra desde una altura de la sierra a la que subía muchas veces: un lugar que todavía se conoce como "la silla de Felipe II".
La basílica fue escenario de grandes fiestas litúrgicas y religiosas, a la luz de 14.000 velas de cera que, según las cuentas que constan en los archivos, se encendían cada vez.
Lo más destacado es el altar, al que se accede por dos tramos de escaleras.
En él impresiona el retablo proyectado por Herrera, con columnas de jaspe, entre las que se encuentran ocho buenas pinturas de artistas italianos y 15 esculturas del taller de Pompeyo Leoni, a cuya mano se debe el Calvario que remata el retablo y dos soberbios conjuntos llamados los oratorios reales que hay en ambos lados del altar. En su cincelado trabajó diez años el escultor milanés.
El del lado del Evangelio representa a Carlos V, y el del lado de la Epístola, a Felipe II, ambos con sus esposas y algunos miembros de su familia.
Saliendo de la iglesia, a la izquierda, es inexcusable admirar el bellísimo Cristo de Benvenuto Cellini, de mármol, a tamaño natural, con las medidas de la Sábana Santa de Turín, esculpido en 1562.
Hemos terminado la visita de la parte pública.
En las taquillas se adquieren las entradas para visitar las diversas partes del edificio. Podemos empezar por los palacios, que se encuentran, como sabemos, en ese lado, ocupando una cuarta parte posterior y el saliente final del edificio.
En los palacios hay que distinguir dos partes.
El palacio de los Borbones
Este fue notablemente reformada en el siglo XVIII y es del mismo estilo que los de Aranjuez y la Granja.
Destacan en ellos los tapices, las lámparas, los candelabros, las porcelanas, los espejos, los relojes, en fin, los elementos decorativos propios del rococó. Son tapices de Goya y Bayeu, y algunos, muy valiosos, de Teniers.
Destacan, sobre todo por su sensación de relieve, los de la Sala Pompeyana, y los de Rubens, de tema mitológico.
Una sala alargada, de 55 m, recubierto de pinturas que reproducen el desarrollo de grandes batallas de nuestra historia, da paso al palacio de los Austrias, que habitó Felipe II.
El palacio de los Austrias:
Es el "mango de la parrilla". Sus salas están adornadas con magníficas pinturas, retratos, trípticos y muebles del siglo XVI. El largo y estrecho pasillo nos conduce al despacho y dormitorio de Felipe II, lugar que da al altar mayor para que el Rey pudiese oír misa desde su habitación.
Se conserva aquí, entre otras obras de arte, un famoso cuadro de El Bosco, "El carro de Heno", réplica de otro del Prado, y la cama en la que expiró el Rey. También su mesa de trabajo. Y más adelante, la silla de manos, con un artilugio para que pudiera llevar extendida su pierna enferma (murió de gota), en la que era trasladado de Madrid a El Escorial. Sorprende en todas estas habitaciones la simplicidad, la sobriedad, incluso la humildad de los aposentos. Sobriedad que llega al colmo cuando llegamos al Salón del Trono, al que se accede y del que se sale por dos puertas magníficas de fina marquetería y maderas nobles.
El Salón del Trono es, igualmente, admirable por su desnudez. En él, un sencillo escabel sobre una tarima, era el lugar donde el Rey recibía. Pero es sabido que hasta los nobles de más alta alcurnia caminaban temblorosos sobre sus frías baldosas hasta llegar ante la presencia de Don Felipe, que sólo pronunciaba una palabra ya célebre: "sosegaos". Un detalle a observar: ante la ventana de la esquina la larga franja negra en el suelo es un reloj de sol.
Bajo los palacios hay dos museos.
El de pintura alberga en nueve salas una soberbia colección de obras de arte. Cuadros flamencos de El Bosco, Van der Weyden, Gerard David, Durero y Metsys; de Tiziano y Tintoretto; de Ribera, Velázquez, Zurbarán y Alonso Cano. Y la gran joya de El Escorial: "El Martirio de San Mauricio y la legión Tebana", de El Greco. El Greco acudió desde Italia atraído, como otros muchos artistas, por la posibilidad de trabajar en El Escorial. Pero este cuadro que pintó como prueba no gustó al Rey, y no fue admitido, retirándose a Toledo. Parece ser que la razón no fue estética, sino ideológica, pues el Martirio propiamente dicho aparece en un segundo plano, casi desapercibido, lo que iba contra las concepciones religiosas del Rey, que hubiere deseado un martirio más vivo y patente.
El museo de arquitectura, es, sin duda, digno de verse. Porque la minuciosidad burocrática de Felipe II ha convertido a El Escorial en el único monumento de valor universal, del que se conservan al detalle las cuentas, planos, maquetas, proyectos, bocetos, dibujos, ordenanzas laborales máquinas y artefactos constructivos, herramientas utilizadas, modelo de la cerrajería, carpintería, materiales, cerámicas, grúas, poleas un conjunto de valor etnográfico y didáctico sin duda único en el mundo.
Saliendo de nuevo al Patio de los Reyes nos encaminaremos, sobre la puerta principal, a la fabulosa biblioteca.
La biblioteca, sobre los fondos cedidos o adquiridos expresamente por Felipe II, fue engrandecido por sus sucesores, hasta llegar a quedar constituida tal y como la vemos hoy, con 40.000 libros impresos y centenares de manuscritos, códices griegos o árabes, beatos, biblia, etc... la biblioteca, un amplio salón rectangular de más de 50 metros, tiene sus bóvedas adornadas con pinturas alusivas a las artes y las ciencias. En las paredes, sobrias y elegantes libreras de maderas nobles, según diseño de Herrera. Diversos retratos en las paredes. En el centro, sobre mesas de pórfido y de mármol, y en diversas vitrinas, se exponen algunas de las joyas bibliográficas que la biblioteca atesora. El visitante observará la riqueza de la puerta de entrada y una curiosa esfera circular de 1582.
De nuevo en el Patio de los Reyes de JUDA , atravesamos el pórtico de la basílica, para penetrar ahora en el edificio por su izquierda. la primera sala es la Sala de los Secretos, llamada así por su acústica, que permite una conversación entre personas situadas en las esquinas sin que nada se escuche por las situadas en el centro de la habitación. A continuación penetramos en el bello y equilibrado Patio de los 4 Evangelistas, construido por Herrera. Sus claustros están decorados por pinturas al fresco, obra de maestros italianos. Caminando hacia la derecha, tras cruzar ante la monumental escalera principal del edificio, nos dirigimos a las Salas Capitulares. Son las salas empleadas para los capítulos o juntas de los monjes, cuatro grandes habitaciones con pinturas al fresco en los techos y lienzos de gran valor en las paredes. Valoraremos en ellas el altar portátil que el Emperador Carlos V llevaba en sus batallas, de bronce, plata y esmaltes; la colección de vestiduras litúrgicas del XVI y diversas piezas de marfil y orfebrería.
Entramos a continuación en la sacristía, tras contemplar, en la antesacristía, la fuente de cinco grifos utilizada por los sacerdotes para sus abluciones. En ella se encuentran las preciosas cajoneras para las ropas litúrgicas. Pero lo más destacado es el altar del fondo, de mármol, jaspes y bronces, encuadrado por dos puertas de maderas finas con adornos de concha y bronce. Gran parte del altar está oculto por un famoso cuadro de Claudio Coello, "La Adoración de la Sagrada Forma por Carlos II y sus cortesanos", que recuerda un milagro y una anécdota eucarística del reinado de Carlos II. Sólo dos veces al año (29 de septiembre y 28 de octubre) se retira el cuadro y queda visible el altar.
Al lado de la sacristía, separada por una verja de la basílica, está la entrada hacia los panteones, que se encuentran bajo tierra.
Tras los primeros escalones nos encaminamos a la izquierda para conocer la elegante sala octogonal, situada exactamente debajo del altar mayor. Es el Panteón Real, que fue proyectado por Herrera y construido entre 1617 (después de muerto Felipe II) y 1654, por Gómez de Mora y Crescenzi. Allí están enterrados todos los Reyes de España desde Carlos I a Alfonso XIII (con las dos excepciones que hemos señalado), y aquellas de sus esposas que fueron madres de su sucesor. Todo el recinto está cubierto de mármoles rojizos y grises, con adornos de bronce, material del que es también el frontal del altar, el Cristo, los ángeles que sostienen candelabros y la magnífica lámpara central de 24 brazos. En nichos rectangulares, de cuatro en cuatro, están situadas las urnas sepulcrales, de mármol gris.
Al regreso, llegando a los primeros escalones, continuamos recto y bajarnos hacia las diferentes salas, también subterráneas, que conocernos como el Panteón de Infantes. Allí, en habitaciones y cubículos sucesivos, se encuentran enterrados muchos miembros de las familias reales españolas. Este conjunto se terminó ya en fecha muy reciente, en 1886. Predomina en los sepulcros el color blanco, sobre el que se destacan, con policromía, los diferentes escudos que recuerdan los títulos de los enterrados. Entre sala y sala hay esbeltas esculturas de mármol que representan maceros de guardia. Destaca, en la quinta cámara, el sepulcro de Don Juan de Austria, el hermano bastardo de Felipe II. Y en la sexta cámara, el túmulo circular central, con 60 nichos destinados a infantes niños, conocido popularmente como "la tarta". Estamos en el ángulo sureste del edificio. Por aquí, a través de unas escaleras y una pequeña puerta, se sale del Monasterio por la fachada Sur de El Escorial, entre los macizos y el estanque del jardín de los frailes. Hemos recorrido la zona visitaba de El Escorial, sólo una parte del gigantesco edificio, aproximadamente la mitad.
Todavía, antes de regresar a Madrid, visitaremos la Casita del Príncipe, construida por Carlos III para el futuro Carlos IV, que alberga en sus once salas la típica decoración de los palacios borbónicos. A destacar, las pinturas de Lucas Jordán y dos salas: el comedor, con gran mesa neoclásica sostenida por 15 columnitas de madera con capiteles de bronce dorado, y la ovalada sala del café, adornada con bustos de emperadores romanos. Menos valor tiene la Casita de Arriba, mandada construir también por Carlos III para su otro hijo, el Infante Don Gabriel, aunque no por ello deja de merecer la pena la visita.
El regreso a Madrid se recomienda hacerlo por la carretera M-600, que desemboca en la autopista A-6, y se aprovechará para visitar el Valle de los Caídos, la muestra arquitectónica más importante legada a la historia por el régimen del General Franco (arquitectura acólita a la estética de Muguruza; importantes fueron los barrios de absorción, las uvas...).
Fue el propio General el que concibió la idea de realizar un gran monumento a todos aquellos de sus partidarios que murieron en la guerra. Se inició la edificación en 1940, en un lugar elegido por el propio Franco: un alto peñascal granítico (1.400 m.), aislado, que se levanta en el centro del gran anfiteatro montañoso de Cuelgamuros, en el sur de la Sierra de Guadarrama, mirando hacia Madrid. Y así comenzaron las obras de lo que más que una obra arquitectónica es un proyecto de ingeniería lleno de colosalismo gigantesco. Los trabajos, en los que participaron ampliamente prisioneros del bando republicano, no finalizaron hasta 1958. Durante este tiempo, muerto el primer director de la obra, Pedro Muguruza, dirige el proyecto Diego Méndez.
Finalizado el conjunto, se decidió que el memorial cambiara de sentido (habían transcurrido ya dieciocho años) y se convirtiera en un monumento en recuerdo de todos aquellos, de uno u otro bando, que cayeron durante la guerra. Fue trasladado allí el cuerpo de ]osé Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange, movimiento de carácter fascista que proporcionó a Franco las líneas maestras ideológicas del régimen dictatorial implantado tras salir victorioso de su rebelión contra la República. José Antonio había sido provisionalmente enterrado en El Escorial, con gran escándalo de los monárquicos españoles. Una sencilla losa ante el altar recuerda su nombre.
Otra losa igual, en 1975, sirvió para sepultar, con la misma castrense sencillez, el cuerpo del General Franco. Pero si ambas sepulturas admiten sin problema estos calificativos, no puede decirse lo mismo del conjunto monumental que constituye el Valle de los Caídos.
Los adjetivos han de remitirnos siempre a algo colosal, gigantesco, grandioso, imponente... Algo que impresiona más por su tamaño que por su estética. Y hasta tanto, que aplasta y hace desvanecer las obras de arte individuales que alberga. Si el monumento hubiese sido sólo una cruz, en lo alto, para ser vista y contemplada por los viajeros que circularan por el sur de la sierra hubiese cumplido probablemente su objetivo. Pero Franco quiso convertir aquello en un lugar de culto y peregrinación, lo proyectó con una concepción del espacio fascista y dictatorial, para grandes concentraciones, y quiso, y consiguió, que todo quedara impregnado de un espíritu funerario y grandilocuente.
El gusto es ciertamente discutible. Y, lógicamente, el monumento tiene feraces detractores, tanto por razones ideológicas como estéticas, pero no deja también de tener partidarios. Y una cosa es cierta: se ha convertido en un lugar constantemente visitado, lleno todos los días de turistas españoles y extranjeros que no pueden sustraerse al extraño atractivo que ejerce.
En la carretera N-600, la misma que más tarde nos llevará al inmediato sitio de El Escorial, unas grandes puertas de hierro dan acceso a la carretera que asciende hacia la cruz. A mitad de camino encontramos cuatro gigantescas columnas de granito, los "Juanelos", llamadas así por su autor, Juanelo Turiano, inventor del siglo XVI; formaban parte de un artilugio hidráulico (que jamás llegó a construirse) proyectado para ser instalado en el río Tajo, como contrapesos de una presa protectora de las crecidas que protegiera un palacio que Carlos V le había encargado construir en Aranjuez.
Cada "juanelo" pesa 50 toneladas. Y llegamos al pie de la cruz. Allí está la entrada de la basílica, que no es iglesia construida, sino gigantesca cripta excavada en la roca, como un túnel de gran tamaño, que nos condujera directamente hacia el altar, cobijado bajo una enorme cúpula exactamente encima de la cual está situada la cruz que hemos visto en el exterior. Nos dirigimos a la puerta de la iglesia a través de una monumental explanada con varias series de escalones. El paisaje aquí, vueltos de espaldas a la cruz, es espléndido; avanzando luego hacia ella llegaremos al templo al que dan acceso, a ambos lados, series de arcos fríos y severos.
Sobre la puerta, una "Piedad" en piedra negra, del escultor Juan de Ávalos. La entrada bajo tierra es facilitada a nuestros ojos por los fúnebres candelabros de hierro que difunden una luz amarilla. Hemos atravesado una magnífica puerta de bronce. Pasaremos otra de maderas finas. Cruzaremos entre dos enormes arcángeles de bronce. Y traspasaremos una atractiva reja moderna, que pretende y consigue compararse a las mejores muestras de tejería española del renacimiento. Hemos entrado en la iglesia, de 262 m de larga.
A un lado, se abren pequeñas capillas bajo grandes relieves de alabastro dedicados a vírgenes patronas de los diferentes cuerpos del ejército. Entre las capillas, admirará el viajero, pese a la insuficiente luz, ocho magníficos tapices flamencos, dedicados al Apocalipsis, que Felipe II compró en Bruselas en 1553. Están tejidos en oro, plata y seda.
Un nuevo tramo de escaleras nos conduce a la parte de la cripta más, dedicada al culto, ya con bancos de madera en los que está tallado el escudo de la institución fundada por Franco que cuida el Valle. A ambos lados, altas pilastras coronadas por fúnebres figuras. Y, al fin, el altar coronado por un Cristo del escultor Zumaya sobre una cruz formada por dos troncos de enhebro que cortara personalmente el General.
El altar tiene capillas laterales en ambos lados del crucero y está situado bajo una cúpula subterránea de mosaico formado por seis millones de piezas que representan personajes de la historia militar y política de España, con figuras de santos y símbolos de los vencedores en la guerra civil. A diferencia de todas las cúpulas conocidas, ésta, lógicamente, no remata con un lucernario para difundir luz al recinto. Pero en las celebraciones litúrgicas, en el momento de la consagración, se apagan las luces de la cripta y un estrecho rayo de luz, procedente de la clave de la cúpula cae sobre el altar, creando una tétrica atmósfera. Detrás del altar se encuentra el coro con 70 escaños para la comunidad de frailes benedictinos que se albergan en el convento situado al otro lado del risco y que se comunica con la iglesia por el interior.
Al exterior, un funicular de agradable camino nos llevará al basamento de la cruz.
Allí admiraremos cuatro gigantescas figuras de Ávalos que representan a los cuatro evangelistas acompañados de sus símbolos: el toro, el ángel, el águila y el león. Más escaleras, siempre admirando el magnífico paisaje, nos conducen al arranque de la cruz, flanqueado por las cuatro "virtudes cardinales". Existe un ascensor (prohibido a los visitantes) que conduce a los brazos, tan anchos que por ellos pueden cruzarse dos coches la altura de la cruz, desde el lugar donde nos encontramos, es de 150 m. La cruz, para poder soportar los terribles ventarrones de la montaña en el invierno, tiene elasticidad para oscilar 50 cm. cada lado en su punto más alto.
Podemos bajar a pie recorriendo el vía crucis, cuyas catorce estaciones, desde la iglesia, en un camino que trepa entre los bloques de piedra, llegan hasta lo alto. En los edificios que hemos visto desde arriba, al otro lado, de un marcado estilo escurialense, está situada una hospedería, un centro de reuniones y cursos y el monasterio de los frailes, todo ello en torno a otra gran explanada en cuyo centro una puerta de bronce, pareja de la principal, da acceso a un ascensor (que no suele utilizarse) para ascender a la cruz y comunicarse con la iglesia.
2ª RUTA POR EL SUR DE GREDOS Y El VALLE DEL TIETAR
Trayecto: Madrid - Boadilla del Monte - Villaviciosa de Odón - Móstoles - Navalcarnero - Villa del Prado - Cadalso de los Vidrios - San Martín de Valdeiglesias - La Adrada - Mombeltrán - Arenas de San Pedro - La Adrada - San Martín de Valdeiglesias - Madrid -
La larga ruta que proponemos a continuación pretende llevarnos al sur de Gredos a través de los encantadores paisajes de los embalses de la cabecera del Alberche, y en concreto hacia el valle del Tiétar, con el bello conjunto formado por Mombeltrán, San Pedro de Alcántara y Arenas de San Pedro. No obstante, la Comunidad de Madrid, y referida a localidades de su territorio, aconseja realizar esta ruta dejando Navalcarnero y Cadalso de los Vidrios para el viaje de vuelta. El viajero decidirá, en función del tiempo disponible, el itinerario a seguir.
Nada más salir de Madrid, antes de enfilar definitivamente la carretera nacional V, que nos conduce hacia nuestro destino, nos desviamos brevemente para dirigirnos a Boadilla del Monte, donde se encuentra un palacio construido por Ventura Rodríguez para el hermano de Carlos III. Lo más interesante de él es la capilla y cercano en Villaviciosa, El castillo de Villaviciosa de Odón. Es una edificación recia y maciza, de diseño medieval, reformada por Herrera en el siglo XVI. En él murió de pena, en 1759, el Rey Fernando VI, tras el fallecimiento de su esposa, el año anterior. Fue cárcel de Godoy después del motín de Aranjuez, antes de ser enviado al exilio en Francia.
Desembocamos en Móstoles (hoy otra "ciudad dormitorios madrileña"), famoso por sus alcaldes. Simón Hernández y Andrés Torrejón fueron los primeros que desde una pobre villa, prisioneros los Reyes españoles en Francia, declararon la guerra a Napoleón. Tiene algún interés el ábside mudéjar de la parroquia.
En Navalcarnero. Este pueblo tiene una típica plaza con soportales y una bella iglesia parroquial de diversas épocas, que alberga en su capilla de la Concepción (donde se casó Felipe IV) un buen retablo y un apostolado de la escuela de Ribera.
Desde la Aldea del Fresno nos desviamos hacia Villa del Prado, con una interesante iglesia gótica, que alberga muestras mudéjares, un hermoso coro y dos atractivas torres.
De aquí dirigimos nuestro camino a Cadalso de los Vidrios, el pueblo más occidental de la provincia de Madrid. Estamos ya al pie de Gredos, y el paisaje nos lo recuerda con sus bosques y praderas. Allí se encuentra el palacio renacentista de los Duques de Frías, verdaderamente digno de ser visitado y de recorrer los hermosos jardines que le rodean. Tierra ésta del Condestable de Castilla don Alonso de Luna y de otros muchos nobles (como una hija d Fernando el Católico), los blasones y escudo de sus casas señoriales nos recuerdan esta circunstancia, como el sobrenombre de "De lo Vidrios" hace referencia a que aquí estableció Carlos III una Real Fábrica de Cristales.
Saliendo hacia el Norte, por Pelayos, llegamos al pantano de San Juan, centro de deportes náuticos y de verano. A su lado está San Martín de Valdeiglesias, el último pueblo d la provincia de Madrid. Es un lugar que nació al amparo del gran monasterio cisterciense de Pelayos, del que hoy sólo lamentables ruina se conservan. Su iglesia fue comenzada por Juan de Herrera, pero la falta de dinero impidió su finalización, cuando ya se llegaba a lo pies de la misma. De ahí vienen dichos, como "Se acabó el oro antes que el coro", o, "Todas las obras tienen su fin, menos la iglesia de San Martín". Cercano al pueblo está el castillo que perteneció a don Alvaro de luna.
En la provincia de Ávila.
Precisamente por el lugar donde se encuentran los famosos "Toros de Guisando", junto a un monasterio del siglo XVI. Los Toros de Guisando no son sino unos verracos celtiberos. Es sabido que macizas esculturas de verracos se encuentran por todo el centro de la Península como uno de los restos de motivación desconocida (¿señalan un lugar de cultos mitológicos, sirven para fijar límites?) de las culturas celtibéricas. Pero el grupo de los "Toros de Guisando", de El Tiemblo, es también un lugar histórico, porque fue allí donde Enrique IV, en 1468, renunció al trono de Castilla para su hija Juana la Beltraneja, reconociendo como heredera a su hermanastro Isabel, la futura Isabel la Católica.
Si el viajero tiene tiempo, podrá cruzar la Sierra por Venta de Tablada, para conocer la parte oriental del norte de Gredos (atravesando el pantano de Burguillo, que forma el importante conjunto hidráulico de la cabecera del Alberche junto con el pantano de San Juan), visitar el típico pueblo serrano de El Tiemblo y tomar un aperitivo en Cebreros, regado por sus excelentes caldos. Si no, continuará desde Guisando por Navahondilla, para encontrar el castillo de la Adrada y penetrar ya decididamente en el valle del Tiétar, encantador y sugestivo, con un microclima que produce abundante fruta, lleno de flores, campos sembrados de tabaco, olivos, huertas (....) con pueblos seductores, como Pedro Bernardo, y el gran conjunto, en torno a Arenas de San Pedro, al que nos dirigirnos.
Allí visitaremos, en primer lugar, el castillo de Mombeltrán, construido en el siglo XIV por los Duques de Alburquerque. El castillo, con fuertes torreones en las esquinas, se levanta en un pequeño altozano junto al pueblo, al pie de la Sierra. Nos dirigimos a continuación al cercano Monasterio de San Pedro de Alcántara, santuario franciscano construido por Ventura Rodríguez en el siglo XVIII, donde se encuentra enterrado el Santo.
Estamos ya en Arenas de San Pedro; aquí admiraremos, además del convento de San Andrés del Monte, el palacio del Infante Don Luis de Borbón, del siglo XVIII; la iglesia parroquial, gótica, con un espléndido retablo y, sobre todo, el castillo de la Triste Condesa, que se levanta sobre el puente medieval. Arenas de San Pedro, que recibió el título de Villa en 1393, fue señorío de los Condestables de Castilla. Primero, de Ruy López Dávalos, y luego, de don Alvaro de Luna, el favorito de Don Juan II, el Rey padre de Enrique IV y de Isabel la Católica. Cuando las presiones de la nobleza hicieron que el Rey ordenase cortar la cabeza al Condestable, su viuda, doña Juana de Benavente Pimentel, se encerró en él a llorar su viudedad, dando al castillo el romántico nombre con el que es conocido. En Arenas, por último, hay otra visita insoslayable: la de la impresionante Cueva del Águila, maravilla de la naturaleza, con sus caprichosas estalagmitas. Arenas de San Pedro es también buen sitio para comer las frutas y las hortalizas del valle, pero también las alubias del cercano El Barco de Ávila, la liebre y la perdiz de sus campos y las truchas de los ríos serranos. La liebre con alubias pintas, los potajes y las menestras serán alivio de fuerzas para el viajero.
Al sur de Arenas se nos abre esplendoroso hacia Extremadura el valle del Tiétar. A unos 20 km al oeste está Candeleda, un pintoresco pueblo con típicas balconadas de madera. Todos estos lugares están también poblados en el estío por los "veraneantes" madrileños. La alegría, la abundancia de flores y huertos, el clima bondadoso y la belleza de sus paisajes han hecho que algunos denominen a esta comarca del valle del Tiétar y el sur de Gredos la "Andalucía de Ávila". Recorriendo estos caminos el turista constatará que no es una denominación equivocada. Pero el regreso se impone. Poco después de la Adrada entramos ya, de nuevo, en la provincia de Madrid, llegamos a San Martín de Valdeiglesias. Atravesamos el Alberche.
Madrid, de nuevo.
Uno de los más grandes escritores españoles, Camilo José Cela, nos habla así en su libro "Ávila" de los tocados típicos y de la gastronomía de la Sierra de Gredos: "Por las comarcas de El Barco de Ávila, de Piedrahíta, de Hoyocasero, aún se ven mujeres tocadas con la graciosa gorra de paja rizada, un alto sombrero en forma de casquete, ornado con lanas de colores, con una visera de oreja a oreja y con un espejuelo en forma de corazón sobre la frente y presentado sobre un pequeño fondo de paño que por su color -verde para las solteras, rojo para las casadas y negro para las viudas- indica el estado de la mujer que lo lleva. Es curioso observar con qué frecuencia, en el tocado de la mujer castellana, se encuentran continuos avisos sobre su estado y condición; también es curiosa la poética adscripción al color que determina la doncellez, el matrimonio o la soledad”.
"Las judías de El Barco son quizá de las más finas de España... Es también muy gustosa la trucha, o carpa, o bermejuela, o pancho, de Gredos, de fina y sabrosa carne... La perdiz, el conejo, la liebre, el jabalí y la cabra de Gredos son de muy buena clase... La ternera es blanca como el papel... De postre: fruta de hueso de los pueblos de la "Andalucía de Ávila". Para beber, vino de Cebreros, de la uva de este lugar, una de las variedades más fino y más rica que se conocen”.
3ª RUTA POR El Sur y El PALACIO REAL DE ARANJUEZ
Trayecto: Madrid - Getafe - Pinto - Valdemoro - Ciempozuelos - Aranjuez - Torrejón de Velasco - Batres - Leganés - Madrid
La ruta turística nos lleva, por la nacional IV, hasta Aranjuez, dicha visita debe realizarse con reposo.
Getafe, lugar donde se encuentra una monumental iglesia renacentista, la de la Magdalena, hoy convertida en Catedral, con enormes y recias columnas y unos interesantes retablos, el del Evangelio con pinturas de Alonso Cano destacado pintor barroco. La sacristía debe visitarse también sobre todo para admirar las pinturas de otro artista barroco: Claudio Coello.
Pinto, a cuya entrada se encuentra el torreón-prisión del siglo XV, en el que estuvo presa la aventurera Princesa de Éboli, la "dama tuerta" de la corte de Felipe II, enamorada quizá del secretario del Rey, Antonio Pérez. Aquí admiraremos la encantadora iglesia parroquia, gótico-plateresca, en donde destacan sus relieves decorativos, sobre todo los de su espléndido púlpito.
En Valdemoro, tienen también interés la iglesia parroquia, que conserva pinturas de Claudio Coello y del cuñado de Goya, Francisco Bayeu. Dispone de un atractivo conjunto de retablos y de un precioso sagrario.
Ciempozuelos, donde se encuentra su sanatorio, que es un ejemplo singular del neomudéjar de principios de siglo. En la iglesia parroquial se custodia un cuadro de Claudio Coello, con un sugerente y enigmático argumento: "El tránsito de la Magdalena", en paradójica equiparación con la Virgen.
Aranjuez, al sur de Madrid, se encuentra ya en una situación geoclimática diferente del norte madrileño), en medio de una región de valles y colinas diseñados por el Jarama, el Tajuña y el Tajo. La feracidad de una tierra bien regada y un clima delicioso convierten a Aranjuez en la huerta de Madrid, un oasis de verdor cuyo hermoso paisaje atrajo desde antiguo a los monarcas españoles.
El Real Sitio de Aranjuez fue primero una casa de recreo construida por los Reyes Católicos a partir de un palacio que poseían los Caballeros de Santiago.
Carlos V residió aquí algunas temporadas. Felipe II construyó en el XVI un gran palacio sobre planos de Herrera, el autor de El Escorial, origen y germen del que luego irían ampliando y engrandeciendo los Reyes de la dinastía de Borbón: Felipe V, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV. Es en esta época cuando se terminan también sus espléndidos jardines.
Pero Aranjuez no es sólo un palacio. Es todo un conjunto urbanístico de primera categoría, concebido en su mayoría durante el siglo XVIII, El Palacio Real, los jardines, los edificios y algunas representativas iglesias forman un armónico conjunto que jalona los sucesivos meandros del Tajo. Amplias avenidas, alamedas, abundancia de arbolado, calles rectilíneas que se cruzan en trazado de ajedrez, jardines y puentes, el rojo del ladrillo y el blanco de la piedra que se alternan en su caserío, ofrecen al visitante la impresión de encontrarse ante un sello real y majestuoso que marca todo el entorno, pero no solemne o abrumador, sino alegre, simpático, popular y optimista.
Los Borbones construyeron pequeños palacios barrocos en los alrededores de Madrid como el de La Granja, junto a Segovia, El de Aranjuez, con ser también barroco en su interior, presenta al exterior, sin embargo, un aspecto más severo, sin duda porque no se levantó de nueva planta.
Efectivamente, los planos que Felipe V encargó al italiano Bonavía no lograron enmascarar el primitivo edificio trazado por Herrera, el arquitecto de Felipe II.
La fachada se abre en una gran "u", en cuyo frente, tras un amplio espacio, se levanta, bajo arquerías, la fachada principal. Fernando VI, por su parte, diseñó la población de Aranjuez, que se levanta tras el palacio, nada más pasar el puente que da paso a la carretera Madrid. Y Carlos III y Carlos IV agregaron nuevas construcciones y dependencias, así como gran parte de la decoración interior del palacio. Los jardines comenzaron a plantarse en época de Felipe II, que abrigaba la ilusión de hacer navegable el río Tajo desde Aranjuez hasta Lisboa, algo que hubiera sido realmente importante, dado que el Rey español, desde 1571, ostentaba también la corona de Portugal.
Estos jardines fueron engrandecidos y adornados con fuentes y estatuas por los Borbones españoles, que pretendían así en Aranjuez (corno en la Granja) emular los de Versalles.
Aranjuez fue escenario de importantes acontecimientos de la historia de España, sobre todo a finales del siglo XVIII y principios del XIX.
Aquí se firma el Tratado de Aranjuez, que, en 1805, une a España a los designios del Emperador de los franceses, Napoleón, que traería consigo la derrota de Trafalgar, en la que el Almirante inglés Nelson destroza la escuadra hispano-francesa. En marzo de l808 el pueblo de Aranjuez asalta el palacio donde residía Manuel Godoy, el favorito de Carlos IV que firmará el vergonzoso tratado. Y en agosto de 1809 el ejército popular español vence en Aranjuez al ejército napoleónico que avanzaba desde el Sur hacia Madrid.
En 1885 fue famosa la visita que realizó a la población el Rey Alfonso XII durante una terrible epidemia de cólera pocos días antes de morir, a los veintiocho años, víctima de la tuberculosis.
El Palacio Real posee una decoración interior, propia de la última etapa del barroco, es decir, el rococó, un estilo preciosista y elegante, íntimo y acogedor, tierno, juguetón y caprichoso, alejado de las grandiosidades barrocas. Las grandes formas decorativas y el color dorado son sustituidas por espejos, porcelanas, candelabros, relojes, jarrones, colores al pastel, tonos grises y platas, verde, seda y rosa. Entre los salones del palacio, que dispone de una gran escalera central de entrada que sin duda sorprenderá al visitante, destacaremos la "Sala de la China" o , "Sala de las porcelanas", que recubre paredes y techos, Procedente de la fábrica que los Borbones mandaron construir en el Retiro; es más grande que la que existe en el Palacio Real de Madrid. Otros salones son el de los espejos, el árabe, copia de la Alhambra de Granada, mandado realizar por Isabel II, y otros muchos, como el Salón del Trono. Multitud de cuadros y frescos de los mejores pintores adornan el palacio. lienzos del italiano barroco Lucas Jordan, o techos de Bayeu.
Mención especial merece también la capilla, construida por Carlos II al mismo tiempo que las dos alas laterales de la fachada que forman el patio de entrada al palacio.
Cercano al palacio, entre los jardines, está la Casa del Príncipe o Casita del Labrador, un palacete neoclásico, poblado de estatuas, construido por Carlos IV para su hijo, el futuro Fernando VII, pero que en realidad empleará la reina María Luisa para reunirse con su joven amante Manuel Godoy. Es verdaderamente magnífica su "Galería Pompeyana", cubierta de ricos mármoles y estatuas. Pero todo el palacete alberga grandes riquezas decorativas. Según la tradición, sólo la balaustrada, de bronce dorado, de su escalera principal costó 1.000 onzas de oro. Su visita es inexcusable.
Los jardines que bordean el Tajo. Felipe II trazó el jardín del Rey, y Felipe III, el jardín de la Reina. Este último fue extraordinariamente la Espina, la de Neptuno, la grandiosa de la Hidra, la estatua de Apolo y la Pitón... El visitante se extasiará ante la majestuosa cascada que se precipita sobre el Tajo, construida en 1753, y sin duda optará por montar en una barca para recorrer el Tajo junto a los jardines de sus orillas. Eso hicieron también los reyes y sus cortesanos. Y aún se conservan los embarcaderos y la Casa de los Marinos, convertida en museo, donde se guardan las falúas reales del siglo XVIII.
El flamenco Jean L'Hermite, ayuda de cámara de Felipe II, describe en sus memorias, que tituló "Les Passetemps", cómo eran los jardines de Aranjuez en el siglo XVI. Había allí, en aquella época, poco después de plantados los jardines (hoy hay muchísimos más), 50.000 árboles de sombra, 170.000 frutales, 12.000 árboles de vivero, 40 camellos, 6 avestruces, 400 pavos reales, e "infinita variedad de aves exóticas en grandes jaulas entre los jardines, así como otros muchos animales de la fauna europea y de otros continentes".
Un paseo por la ciudad nos permitirá conocer interesantes monumentos, entre los que destacaremos el palacio de Manuel Godoy que asaltara la furia popular. La iglesia de Alpajés, la de San Pascual (que alberga importantes pinturas) y, sobre todo la, gran Plaza de San Antonio, con la Casa de los Oficios que diseñara Herrera, a un lado; el palacio de los Infantes, al otro, y, al fondo la iglesia de San Antonio, enmarcada por oblicuas arquerías que ofrecen una dieciochesca perspectiva urbanística. Pero, en general, lo más importante no serán los edificios reseñados, sino el bello y atractivo conjunto urbano que forma la ciudad.
Quizá después de visitar el palacio, y antes de entrar en la Casita del Labrador o recorrer despacio los jardines, esos jardines y palacios que inspiraron a Joaquín Rodrigo su "concierto de Aranjuez", haya llegado la hora del yantar, para lo que Aranjuez cuenta con una variada oferta de restaurantes en los que podrá saborear los apreciados espárragos y sus famosas fresas.
Torrejón de Velasco (donde las ruinas del castillo nos recuerdan que fue prisión de Antonio Pérez y más tarde del Duque de Uceda, valido de Felipe III) hacia Batres.
Batres tiene un castillo, primorosamente restaurado en nuestros días, donde vivió el gran poeta renacentista Garcilaso de la Vega. La puerta, sobre la que campea su escudo familiar, da entrada a un precioso patio del renacimiento: cercana está la llamada "fuente de Garcilaso".
Desde Batres se puede regresar a Madrid por la carretera M-405, que, atravesando Humanes y Fuenlabrada, llega a Leganés, donde se puede admirar la iglesia parroquial de San Salvador, cuya construcción se inició en el siglo XVI y que cuenta con tres retablos de Churriguera y pinturas de Alonso Cano.
4ª RUTA DE CISNEROS Y CERVANTES
Trayecto: Madrid - Torrejón de Ardoz - Alcalá de Henares - Loeches - Nuevo Baztán - Colmenar de Oreja - Chinchón - Arganda - Madrid –
Por la autopista del aeropuerto de Barajas, jalonada de poblaciones-dormitorio y de industrias, nos encaminamos a Torrejón de Ardoz donde se puede ver la Casa Grande, una antigua granja de los jesuitas, verdadera joya arquitectónica, convertida en restaurante de lujo que, entre otras obras de arte, alberga un fabuloso museo, con más de 1.300 iconos rusos desde el siglo XII al XX.
Alcalá, a orillas del Henares, que en los últimos cincuenta años ha pasado de 10.000 a más de 200.000 habitantes, convirtiéndose en una más de las ciudades de la periferia industrial madrileña.
Alcalá es la cuna de Cervantes y el lugar donde el Cardenal Cisneros fundara la célebre Universidad Complutense, en recuerdo al nombre que los romanos dieron a este lugar: la antigua "Complutum". Los árabes construyeron en un cercano cerro un castillo, Al-Qalaa, del que se conservan algunos restos. Pero pronto bajaron al fértil llano que riega el Henares, río al que también dieron nombre los árabes, pues a la nueva población la llamaron Al-Qalaa Nahar, es decir, la actual Alcalá de Henares. En 1118 fue conquistada por el Arzobispo de Toledo, don Bernardo. Y desde entonces fue adquiriendo más y más importancia en la historia de España. En 1135 el Arzobispo don Raimundo le concede el famoso "Fuero de Alcalá", imprescindible para conocer la historia de los municipios españoles. En 1148 Alfonso XI dicta aquí el Ordenamiento de Alcalá, importante monumento jurídico. Varias veces se celebraron aquí las Cortes de Castilla. El famoso Arzobispo Ximénez de Rada la convirtió en sede episcopal y construyó un fabuloso palacio, del que pocos restos nos quedan. Pero su mayor gloria la alcanzará Alcalá cuando en 1498 Cisneros ponga la primera piedra del Colegio de San Ildefonso y en 1508 funde la Universidad. Los primitivos edificios debieron ser muy humildes. Dice la tradición que Cisneros afirmó que "otros harán en piedra lo que yo he comenzado en barro". Sin embargo, pronto la Universidad de Cisneros se convirtió en uno de los más importantes centros culturales y científicos del renacimiento europeo. Erasmo fue llamado para impartir docencia en sus aulas. En 1517 se termina de imprimir en la Universidad una importante obra científica: "La Biblia Complutense", o “Políglota", escrita simultáneamente en "hebreo, latín, griego y caldeo". Cisneros levantó también la iglesia de San Ildefonso, agregada a la Universidad como capilla de la misma, y reedificó en 1488 la iglesia Magistral, llamada así porque todos los sacerdotes que componían el cabildo tenían que ser profesores de la Universidad. Sólo la Magistral de Lovaina tiene esta misma normativa. Aunque muy dañada por la guerra civil, la Magistral ofrece aún hoy al visitante la magnificencia de su factura gótica, con 43 pilares que sostienen bóvedas con el escudo de Cisneros en sus florones centrales.
La Magistral o Capilla Universitaria, conserva además del cuerpo de Cisneros, importantes obras de arte, diversas reliquias y preciosas muestras de rejería castellana. El sepulcro del Cardenal Cisneros es obra proyectada por el escultor florentino Doménico Fancelli. Pero, muerto éste, le fue encomendada la terminación del trabajo a Bartolomé Ordóñez, que se trasladó a Carrara, en donde, labrando el mármol según era directamente extraído de las canteras, terminó la obra con ayuda de los discípulos italianos de Fancelli. El sepulcro fue trasladado a España en 1520 y por él se pagaron 2.100 ducados de oro, se conserva rodeado de una única filigrana de las yeserías que dan origen a un estilo artístico que lleva su nombre (al estilo Cisneros) y bajo artesonados de influencia mudéjar.
Lo que hoy se conoce como la Universidad no es sino el Colegio de San Ildefonso, reedificado por Gil de Hontañón entre 1542 y 1553.
La fachada del edificio es un auténtico modelo del "estilo purista", propio de mediados del XVI, y muy característico del renacimiento español, agotado el plateresco de principios de siglo y sin que haya comenzado aún el herreriano. Dispone de grandes elementos decorativos entre amplios paneles lisos de piedra, y está coronado por un frontón con el escudo imperial, bajo la figura de Dios padre, entre dos galerías con arcos de medio punto que rematan el edificio, orlado todo él por el cordón de San Francisco, alusión a la Orden religiosa a la que pertenecía el Cardenal Cisneros.
En el interior hay tres patios. El primero, sereno y ordenado, construido en el XVII, está circundado por 96 columnas ordenadas en tres pisos. El segundo, llamado de los filósofos, da entrada al altar de la Capilla Universitaria, El tercer patio o patio trilingüe, de estilo plateresco, revestido de una gran elegancia, da paso al Paraninfo. El Paraninfo puede calificarse como de apoteosis del "estilo cisneros", con ricas yeserías, artesonado, tribunas para el público y el púlpito doctoral. Fue concluido entre 1518 y 1529, al tiempo de la muerte del Cardenal. En sus paredes, una serie de carteles nos recuerdan los nombres más preclaros de la intelectualidad española de los siglos XVI y XVII que pasaron por las aulas universitarias alcalaínas.
El viajero, para llegar al patio Trilingüe y al Paraninfo, hará bien en salir de la Universidad y, dando la vuelta a la manzana, encaminarse a la Hostería del Estudiante, mesón con gran abundancia de platos típicos. No se descarte celebrar allí la comida del día, si es invierno, al calor de su gran chimenea. Los martes ofrecen un estupendo cocido, el plato madrileño por excelencia, con sus tres "vuelcos", de sopa, garbanzos con embutidos y carne, y verduras. Otras especialidades son las migas, las judías del tío Lucas y una gran diversidad de postres. La Hostería se alberga hoy en las edificaciones del antiguo Colegio de San Jerónimo.
Pero las glorias de Cisneros no son las únicas de Alcalá. La ciudad (que recibió el título de tal de manos del Rey Carlos II) tiene también la de ser el lugar de nacimiento de Miguel de Cervantes Saavedra, el inmortal autor de "El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha", en 1547. La casa del gran novelista y poeta, fue edificada sobre su solar natal. Allí vivió sus primeros años el insigne novelista. Es un precioso edificio del siglo XVI, con un agradable patio, que alberga testimonios de la época, situado al inicio de la calle Mayor.
Visita merece el conjunto constituido por la iglesia de las Bernardas, de curiosa planta elíptica con capillas sobre las que se alzan tribunas accesibles desde el contiguo Palacio Episcopal. Éste último es un edificio singular levantado sobre el que en el siglo XII construyera Ximénez de Rada. Encuadrado por las altas murallas de piedra y ladrillo que aún hoy rodean parte de la ciudad, este palacio es una mezcla de estilos, verdaderamente magnífico. En la fachada, con elegantes ventanales y una sugestiva galería superior, llama la atención el impresionante escudo. En el interior, la escalera principal y, sobre todo, el Salón de los Concilios, con yeserías cisnerianas y un formidable artesonado, fueron incendiados durante la guerra civil.
La ciudad dispone de multitud de iglesias y conventos de los siglos XVI y XVII, así como de colegios de la antigua Universidad. Llegó a tener más de 30 colegios, de los cuales 18 fueron proyectados por Cisneros, que llegó a fundar siete en un sólo día, el 23 de marzo de 1513.
Otro edificio de interés, es el Hospital de Antezana, del siglo XV. En él actuó como enfermero San Ignacio de Loyola. Hay cuadros con la vida del Santo y una leyenda que dice: "Aquí dio principio el misterio de enseñar, con la ayuda de Dios, al tiempo que Lutero empezó a sembrar su pestilente secta en las Universidades de Alemania."
Antes de abandonar Alcalá podemos comprar, a través del torno de las Beatas de San Diego, sus riquísimas almendras garrapiñadas. Y en cualquiera de sus surtidas y apetitosas confiterías, los riquísimos dulces alcalaínos (rosquillas de Alcalá, pestiños, chocolate blanco, canutillos rellenos) o madrileños (bartolillas, mojicones, bizcochos de soletilla, paciencia, mazapanes...).
Desde Alcalá visitaremos, el pueblo de Loeches, donde veremos la iglesia renacentista de la Asunción y el convento de las Dominicas, fundado por el Conde-Duque de Olivares. Alberga cuadros de Rubens, Tiziano, Tintoretto... Una sobria fachada de estilo teresiana y carmelita da paso a la iglesia, cuyo mayor interés está en conservar el panteón de la Casa Ducal de Alba. El panteón recuerda el de los Reyes españoles en El Escorial, y sus vidrieras le dotan de un encantador color azul. Destaca, en el centro, el bellísimo mausoleo de doña Francisca de Sales, Duquesa de Alba, hermana de la Emperatriz Eugenia de Montijo.
Nuevo Baztán, el pueblo siguiente en nuestra ruta, tiene de interés una alargada construcción de Churriguera (iglesia y palacio), que se sitúa en medio de una gran plaza y varias manzanas de casas, todo ello proyectado por el gran arquitecto barroco, y que es uno de los primeros intentos de planificación urbanística. Se realizó entre 1708 y 1718.
Colmenar de Oreja, con una iglesia-fortaleza, donde destaca la capilla del Sacramento y los frescos del pintor Ulpiano Checa, pintor de finales del XIX y principios del XX, cuyas obras se custodian en un museo que fue donado por los hijos del pintor a la población.
Chinchón, es un pueblo lleno de tipismo, con una Plaza Mayor al pie de la iglesia, donde se celebran famosas corridas de toros. Pueden visitarse los restos de¡ castillo y la iglesia parroquia, cuyo cuadro de la Asunción, en el altar mayor, fue pintado por Goya. Su hermano, don Camilo, era el párroco del pueblo.
Famoso en Chinchón es su anís, que puede adquiriese en cualquier tienda, conocido en toda España.
Arganda nos ofrece además de fábricas, su parroquia, con una interesante sacristía, y la degustación de algún vino de la tierra, ya que Arganda es el primer centro vinícola de la provincia, con denominación de origen “Vinos de Madrid”
5ª RUTA LOS PALACIOS REALES DEL NORTE Y LA SIERRA DE GUADARRAMA
Madrid - El Pardo - Colmenar Viejo - Manzanares el Real - Miraflores de la Sierra - El Paular - (Cotos) - (Navacerrada) - La Granja - Riofrío - Pedraza - Sepúlveda - Riaza - (La Pinilla) - Buitrago - Torrelaguna - Talamanca - Madrid
El Pardo es un conjunto de edificios y un pequeño pueblo que surge, ya en la Edad Media, en torno al palacio que levantan los Reyes de Castilla en un monte (el monte de El Pardo), abundante en vegetación y en caza.
Todavía hoy sorprenderá al viajero el que apenas a 10 Km. de una enorme ciudad como Madrid haya un bosque donde viven en libertad gamos, ciervos, jabalíes, el águila imperial (...) Hasta muy avanzada la Edad Media hubo también osos, el lugar más meridional de la Península donde podían encontrarse estos animales. El oso figura en el escudo de Madrid como emblema representativo de la ciudad. Los primeros datos sobre este coto de caza datan de principios del siglo XIV.
El Rey Enrique III, a finales de este siglo, construye un primer edificio que es sustituido por un gran palacio, comenzado a edificar por Carlos V y finalizado por Felipe II. Era un edificio cuadrado, con torres en las esquinas y con un patio central, que se levanta en medio de su entorno de jardines y fuentes. Pero este palacio de caza de los Austrias se convierte en Sitio Real, es decir, lugar de residencia de los Reyes en la época de los Borbones. Felipe V construye la Capilla Real y Carlos III amplía extraordinariamente el palacio y encarga la construcción del pueblo al italiano Sabatini.
En El Pardo se produjeron hechos importantes de la Historia de España. Allí murió de tuberculosis Alfonso XII en 1885 y allí, ese mismo día, se llegó al famoso "Pacto de El Pardo" entre el conservador Cánovas y el progresista Sagasta, que introdujo el Turno de partidos "a la inglesa" en la política española de fines del XIX y principios del XX. En él vivió el General Franco desde 1940, finalizada la guerra civil, hasta su muerte, en 1975.
El palacio, Carlos III lo utilizaría especialmente como centro de cacerías, a las que era muy aficionado. Se dice que el Rey, por sí mismo, mató 539 lobos y 5.323 zorros.
El palacio queda ampliado a más del doble con la construcción de un cuerpo exactamente igual al lado del existente y otro central, que sobresale en la fachada principal y en la posterior, para ensamblar el conjunto. Así, el foso y el bloque izquierdo de la edificación son de la época austriaca, y el volumen central y la parte derecha son ya de los Borbones. En esta parte derecha se encuentra la capilla y la galería elevada que la une al palacio, construidas ambas por Fernando VI, ya en el siglo XIX.
Es un edificio neoclásico, como corresponde a la época. Detrás de la capilla, un gran número de edificaciones, todas iguales, albergaban diversos servicios de la corte.
En el interior del palacio se recorren solamente las salas del palacio de los Austrias, cuya decoración es la típica de los palacios de los Borbones de El Escorial y en Aranjuez.
Los Borbones decoran, pues, el antiguo palacio austriaco al gusto de la época. Pero sí que hay que destacar sobre todo, junto a los relojes, espejos, lámparas, candelabros, etc. la magnífica colección de 350 tapices. Nos detendremos con mayor atención en el "comedor de gala", donde Franco celebraba sus consejos de Ministros, y en su despacho oficial, donde, entre otras joyas, se encuentra el retrato de Isabel la Católica firmado por Juan de Flandes. Sin duda nos llamará la atención la sala neogótica, donde murió Alfonso XII, convertida en oratorio por su viuda, con dos espléndidas tallas de marfil.
En el otro lado del edificio el patio ha sido cubierto con cristales y se emplea para comidas de gala, ya que el palacio de El Pardo ha quedado como residencia para jefes de Estado extranjeros en visita oficial; la alfombra que cubre su suelo es toda de una pieza y pesa 1.800 kilos.
La Casita del Príncipe para el futuro Carlos IV es de estilo neoclásico, construida entre 1784 y 1791, con interesantes salas, como la "sala de mármol", la "sala Pompeyana" y la "sala de Valencia".
Próximo a este conjunto está el palacete de la Zarzuela, donde reside el Rey de España Don Juan Carlos I.
En el pueblo lo único interesante es el convento de Capuchinos, al otro lado del río Manzanares, donde se encuentra el "Cristo de El Pardo", famosa talla yaciente obra del gran escultor del XVII Gregorio Fernández, al que se lo encargó el propio Rey Felipe III en 1605.
Antes los Reyes Borbones repartían el año entre sus cuatro palacios cercanos a Madrid. Pasaban la primavera en el ajardinado palacio de Aranjuez; combatían los rigores del verano entre las fuentes de la Granja; su otoño transcurría en El Escorial, y durante el invierno ocupaban el palacio de El Pardo.
Colmenar Viejo, donde el interés se centra en su Iglesia parroquial, de un gótico tardío, para admirar su bella portada Y su espléndido retablo, de la segunda mitad del XVI, con una gran riqueza escultórica y pictórica. En la casa parroquial se guardan algunas valiosas muestras de orfebrería religiosa.
Manzanares el Real, que se levanta junto al embalse de Santillana, siempre sobre el Manzanares. El castillo de Manzanares es hoy propiedad de los Duques del Infantado, que lo han cedido al Estado para su restauración y usufructo a la Comunidad.
Uno de sus primeros señores fue el Marqués de Santillana, poeta medieval de la corte de Juan II.
El castillo dispone de una pradera alrededor y de un recinto amurallado. Tras él el cuerpo del castillo propiamente dicho con planta cuadrada con cuatro torres en los ángulos coronadas de torreones cilíndricos y la torre del Homenaje.
La riqueza de su decoración, su bella galería (con estructura muy parecida al palacio del Duque del Infantado, en Guadalajara) abierta en la fachada Sur, y en el que pronto nos damos cuenta de que las barbacanas defensivas no tienen valor militar, sino decorativo, nos dice que este edificio fue residencia nobiliario palaciega y no un castillo militar.
Miraflores de la Sierra es un bello rincón serrano, lleno de pintoresquismo, que bien merece un paseo por sus típicas calles. Este es un lugar de gran atractivo turístico, con vistas panorámicas del Guadarrama y la zona montañosa de "la Pedriza", en el nacimiento del Manzanares, junto a otros muchos cursos de agua que serpentean y saltan entre enormes bloques de granito.
Rascafría y al Monasterio del Paular.
El Monasterio del Paular está situado ya en plena Sierra, en un bellísimo lugar tranquilo y apartado, en medio de espesos bosques, abundante agua y poblada fauna. Desde mediados del siglo XIV hasta el siglo XVI, con Carlos V, los diferentes Reyes de Castilla, de la Casa de Trastámara concedieron privilegios y realizaron grandes donaciones a favor de la comunidad de frailes cartujos que allí instalara Juan I en 1390, en cumplimiento de una promesa de su padre, Enrique II, el primer Rey de la dinastía.
Al Monasterio levantado se añade un palacio construido por Enrique III. Las obras concluyen con Juan II en 1440, aunque todavía, a finales del XV, los Reyes Católicos engrandecen el lugar con nuevos elementos arquitectónicos decorativos y obras de arte, e igualmente Carlos I, que tenía especial predilección por este lugar. Se cuenta que cuando el Emperador recibió noticia de que su escuadra se debatía en medio de un fuerte temporal frente a Argel, contestó: "Ea, tened buen ánimo, que es la hora en que rezan maitines mis cartujos del Paular".
Las edificaciones forman un conjunto armónico con tres recintos: el Monasterio, la iglesia y el palacio de los Reyes, que hoy está convertido en un confortable hotel de lujo.
Este Monasterio quedó abandonado y entró en ruina en el siglo XIX. Hoy se ha encargado el Estado de su restauración y han regresado los frailes, ahora de la 0rden Benedictina.
Entramos en el recinto por el jardín de "la Cadena". A un lado tenemos la capilla de los reyes; al otro, un gran arco renacentista cobija la puerta de entrada; sobre ella tres hornacinas platerescas, y sobre el arco, los escudos de los Trastámara.
El gran patio del Ave María, sereno y sencillo, con columnas de piedra, da paso a las dependencias del hotel, donde bien podrá el viajero hacer la comida de mediodía.
Un claustro gótico nos conduce al atrio de la iglesia, a la que se accede a través de una magnífica puerta gótica construida por Juan Guas en tiempo de los Reyes Católicos. En el tímpano, un relieve hispano-flamenco policromado, que representa a la Piedad.
La iglesia, de una sola nave, de colores blanco, dorado y azul destacará por su hermosa reja y, sobre todo, por su retablo gótico de alabastro, que pudiéramos calificar de inigualable. Su riqueza escultórica, su policromía y su filigrana exigen una pausada atención del visitante. Tras el altar se encuentra una hermosísima capilla barroca, cuajada de los elementos decorativos propios del estilo de Churriguera, con diversas pinturas, mármoles, altares empotrados y un templete donde se encuentra el sagrario. Un "transparente" o mampara barroca, policromada en oro y rojo, divide este recinto en dos partes: antecámara y cámara del sagrario. La visita se completa con una vuelta por el claustro, gótico isabelino, con cuatro series de bóvedas, una en cada lado, y con la Sala Capitular, en donde destacan diversas tallas y un espléndido altar barroco.
La Granja, al otro lado de la Sierra, al Norte, entre los pinares de Valsaín, nuevo coto de caza real, conocido desde la Edad Media, abundante en osos y jabalíes.
Los Trastámara tenían aquí una "casa de bosque" para sus cacerías. Enrique IV, el hermanastro y antecesor de Isabel la Católica, llegó a instalar una "casa de fieras" de animales salvajes africanos.
Los Austrias utilizaron también el pabellón de caza, y Felipe II construyó en este lugar un palacio de verano. Destruido este palacio por un incendio y arruinado por el tiempo, son los Borbones los que se fijan de nuevo en Valsaín, en cuya linde Norte, en el lugar denominado San Ildefonso, Felipe V ordena levantar un palacio y trazar unos jardines que recuerden los de Versalles.
Era el palacio y los jardines de "La Granja de San Ildefonso".
La Granja es llamada así por ser lugar de recreo que los Reyes Católicos habían donado a los monjes jerónimos del Monasterio del Parral, de la vecina Segovia.
Es este el lugar que escoge Felipe V, al que no agradaba la austera serenidad de El Escorial. El rey Felipe V, primer Borbón, compra la granja a los frailes y encarga el palacio a Ardemans, Juvara y Sachetti, arquitectos que ya estaban trabajando en el nuevo Palacio Real de Madrid.
El trabajo en los jardines y las fuentes se lo encargan a Carlier y Boutelou.
El total de las obras, que comenzaron en 1721, no finaliza hasta el reinado de Carlos III, bien entrado el siglo XVIII.
Fue éste lugar predilecto para residencia de los Reyes durante los siglos XVIII y XIX, donde caben reseñar importantes acontecimientos:
la abdicación de Felipe V; su regreso al trono cuando muere a los pocos meses el joven Rey, su hijo Luis I;la boda de Carlos IV; la firma del Tratado de San Ildefonso, por el que Godoy une España a la Francia revolucionaria contra Inglaterra en 1796 (más tarde, por el Tratado de Aranjuez repetiría la alianza, esta vez con Napoleón); en La Granja dio la Infanta Carlota su famosa bofetada al primer Ministro Calomarde (que contestó con la conocida frase: "manos blancas no ofenden"), rasgando el documento por el que el Rey sancionaba la ley sálica, que prohibía reinar a las mujeres, pretendiendo impedir que heredase el trono la futura Isabel II; y aquí, por fin, se produjo la rebelión de los sargentos, que en 1836 obligó a la regente María Cristina, durante la minoría de edad de Isabel, a poner en vigor la Constitución de 1812.
En la Granja los Borbones construyen de nueva planta un pueblo y una serie de edificaciones para los servicios palaciegos como: el cuartel de guardia, Casa de los Oficios, Casa de Infantes.
El palacio:
A la entrada del complejo levantan la Real Cristalería, fábrica de vidrio, en 1746.
La entrada se realiza por una amplia avenida, bordeada de árboles, a la que da acceso grandes puertas de hierro, que, hacia su mitad, se ensancha, formando una gran plaza en la que se levantan gigantescos ejemplares arbóreos. Ante el espectador, en primer término, se alzan las torretas y la cúpula de la iglesia del Palacio Real.
El Palacio Real tiene su fachada noble en el lado contrario por el que accede el visitante, mirando hacia los jardines. Grandes columnas, entre las que se abren los balcones, recorren de arriba a abajo el edificio, que está coronado por una balaustrada.
Las fachadas laterales, en forma de "u", forman a cada lado del palacio dos patios, llamados "de Coches" y "de la Herradura".
En su interior encontramos mobiliario y decoración rococó: techos pintados, relojes, porcelanas, candelabros, espejos... Hay también mobiliario estilo imperio y regencia. Entre las salas destacamos, en la planta baja, el comedor, con grandes estatuas clásicas, y el salón de mármoles. En la planta superior, el gabinete japonés, el despacho oficial del Rey, el salón del trono, mirando hacia los jardines, y el dormitorio real. Pero sin duda lo más admirable son las salas que constituyen el "Museo de Tapices" con bordados de lana y seda, plata y oro, flamencos y españoles, desde el siglo XV al XVIII, es decir, desde el valiosísimo tapiz gótico de San Jerónimo hasta tapices de Goya, estaba en restauración por lo que habrá los consabidos cambios de lugar y de elementos.
La iglesia de palacio, o colegiata, de Ardemans y Sabatini, dispone de un soberbio altar de mármol, lapislázuli y bronce, cuadros y bóvedas pintadas por Bayeu y Maella. Tiene planta de cruz latina, y a ella se añade una sacristía con cuadros que se atribuyen a Alonso Cano y a Murillo, y una "Sala del Panteón", donde está el mausoleo de Felipe y su esposa, de mármol rojo y bronce.
Los jardines pueden calificarse de maravillosos: cuidados parterres, jarrones, estatuas, y veintiséis bellas y monumentales fuentes, aparte de otras muchas, más pequeñas, espaciadas entre los paseos y glorietas.
Los jardines se dividen en dos partes: la alta, libre y natural, en donde viven corzos y faisanes, y la baja, que son los jardines que recorreremos. Tienen una extensión de 146 Ha. están rodeados de un alto muro de seis kilómetros de largo. Al final de los jardines, en la alta, hay un gran embalse llamado "el mar", que suministra agua a las numerosas fuentes, poblado de peces.
Las fuentes se ven desde el eje de la fachada posterior o principal que ascienden a lo alto de los bosques.
Son la Fuente de la Gran Cascada, la de Neptuno, la Carrera de Caballos, la de las Tres Gracias y la de Andrómeda.
Mirándolas de frente, a la izquierda se encuentra el Jardín de las Flores, y más arriba, el laberinto; sólo la Fuente de los Caracoles y la del Abanico se encuentran en este lado. La mayoría de las fuentes y la mayor extensión de los jardines se sitúan a nuestra derecha.
Podemos recorrer por aquí un amplio número de paseos entre los parterres, para admirar, de arriba a abajo, la Fuente del Canastillo, la de la Traza, la de las Ranas, la de los Vientos, la de los Dragones, los Baños de Diana, y luego, desde ésta, la Fuente y los parterres de la Fama, con lo que llegarnos ya a la salida por el lateral izquierdo del palacio. La Fuente de la Fama tiene un surtidor que se alza hasta 46 m. Las fuentes se abren sólo en días señalados, como el día de S Ildefonso (23 de enero), San Fernando (30 de mayo) y el de San Luis, Rey de Francia (25 de agosto).
Está en curso una obra hidráulica que va a permitir muy pronto abrirlas diariamente.
( “El origen y los objetivos de La Granja y sus jardines queda explicado así por el Marqués de Lozoya en su libro "Segovia":
"Es un concepto erróneo muy difundido el que supone que Felipe V, el primer Borbón de España, quiso atenuar en La Granja, desde el primer momento, su añoranza de Versalles. Por el contrario, el Rey, muy devoto, y atacado de una aguda melancolía, renunció al trono en su hijo Luis e intentó refugiarse en un retiro campestre, como había hecho antes Carlos V, abdicando la corona en Felipe II y recluyéndose en Yuste. Así, en 1720, transformó la granja de los jerónimos en un pequeño y austero palacio.
Solamente en su segundo reinado, después de la muerte de Luis I, su segunda esposa, la joven y emprendedora Isabel de Farnesio, dueña de la voluntad de su esposo, hizo ampliar y enriquecer el primitivo proyecto, construyó la magnífica fachada principal y ordenó las admirables perspectivas de los jardines, que no tienen rival en belleza. "
En Torrelaguna se encuentra el sepulcro del gran poeta medieval Juan de Mena. De él son estos versos sobre la lujuria:
Si de lujurioso fuego rápido lo mata luego
te sinceres encender, con agua de castidad
no lo dejes bien prender no exponiendo voluntad
amigo, yo te lo ruego, ni por veras ni por juego.
Pero al lado de Torrelaguna está Buitrago, señorío de otro gran poeta de la Edad media: el Marqués de Santillana.
¿Se refería a él Juan de Mena cuando atacaba la lujuria? Del Marqués, que poco caso debía hacer a su vecino y colega literario, son las serranillas que dedica a una joven moza de aquellos contornos:
Allá, en la vegüela tan bella la ví
de Mata de Espino, que me hizo gana
en ese camino la fruta temprana.)
que va a Lozoyuela,
El palacio de Riofrío fue construido por Isabel de Farnesio, la viuda de Felipe V, temerosa de que el nuevo Rey, Fernando VI, hijo de la primera esposa, la apartase de La Granja. Y por ello, muy cerca, construye un palacio, el de Riofrío, que la muerte de Fernando VI y la subida al trono de su hijo Carlos III, puesto que el Rey no tenía descendencia, hace que nunca llegue a ocupar.
El palacio es una construcción cuadrada, de 100 m. de lado, de color rosado, que se alza aislado en medio de un bosque por el que corretean ciervos y gamos, que llegan a comer de la mano del visitante.
En el interior del edificio, de tres pisos severamente ordenados, el segundo con grandes balcones, destaca la espléndida escalera imperial y el gran patio central. El interior carece de la decoración rococó de otros palacios borbónicos. Como sabemos, no llegó a ocuparse en el siglo XVIII. En el XIX sólo lo fue por don Francisco de Asís, esposo de Isabel II, y por Alfonso XII, que se retiró aquí al quedar viudo en plena juventud, casi en la luna de miel, de su esposa, la llorada Reina Mercedes. Su decoración, típica del XIX, responde al gusto romántico. Salas de interés son el oratorio, el comedor de gala, la sala de música y los aposentos reales.
El interior del palacio se ha dedicado a museo de caza, con dos secciones: Historia de la caza en España y fauna cinegética española. En la primera, armas y trofeos, así como cuadros de caza (uno de Velázquez, llamado "La Cuerna") y tapices cinegéticos de Goya y Bayeu. La segunda está compuesta por una colección de dioramas.
Pedraza es uno de los pueblos españoles que mejor conservan la estructura, los rincones urbanos y la arquitectura popular de siglos pasados. Toda ella se encuentra amurallada, y sólo es posible entrar, aun hoy en día, por la "Puerta de la Villa". La calle real nos lleva hacia la Plaza Mayor, con viejas casonas, entre las que fuertes columnas de piedra sostienen soportales con vigas de antiguos troncos. Un viejo castillo remata el pueblo en su parte más alta. En él estuvo prisionero el Rey de Francia Francisco I y sus hijos, Francisco y Enrique de Valois.
Podemos visitar en Pedraza su iglesia románica. Pero lo más interesante será dar un paseo por sus típicas calles, con preciosos rincones y casas blasonadas, pues no en balde Pedraza fue en la Edad Media una poderosa villa medieval. Podemos comer en la Hostería Nacional "Pintor Zuloaga".
El castillo de Castilnovo es una recia fortaleza-palacio situada en un vallecillo lleno de verdor. Es un castillo que, constructivamente, arranca del siglo XII, y es una bella muestra de arquitectura militar toledano-mudéjar. Fue propiedad de importantes familias nobiliarias, y en la actualidad pertenece a los Marqueses de Quintanar.
Toda la zona que estamos recorriendo está llena de pequeñas ermitas, pueblecitos y restos diversos de la época románica.
Sepúlveda se alza en un alto escarpe protegido, a manera de foso, por las hoces del Duratón y del Castilla. Esta estratégica posición defensiva fue ocupada sucesivas veces y disfrutada por moros y cristianos, hasta que Sancho García le concede el famoso "Fuero" que lleva su nombre, con un gran territorio (la "Comunidad de Villa y Tierra") dependiente del concejo sepulvedano, que actúa en él como si de un señor feudal se tratase.
Poco queda de sus grandes murallas ni de las siete puertas que en ellas se abrían. Pero su carácter de recia fortaleza se aprecia contemplando los restos del castillo que se alzan tras su Ayuntamiento, en su bella Plaza Mayor. Calles, como la de Santiago, repleta de edificios blasonados de noble porte; el barrio de la judería, con su arco mudéjar de entrada; la plaza de San justo, la Casa del Moro.... todos sus rincones y calles serán recorridos con fruición, sin duda, por el viajero. Sepúlveda, por otro lado, ha dado origen a un estilo arquitectónico propio, el "románico sepulvedano", antecedente, más tosco y primitivo, del característico "románico segoviano". El gran monumento del estilo es la iglesia de San Salvador, cuya torre ya habíamos divisado desde lejos dominando el caserío, edificada en 1093.
Otras iglesias que pueden visitarse son Nuestra Señora de la Peña, San Bartolomé, San Justo y Santiago. Es lo que queda de las 15 parroquias que en la Edad Media tuvo la ciudad.
Sepúlveda es un sitio ideal para comer. el cordero lechal, un corderillo de pocas semanas, tierno y jugoso, acompañado tan sólo de ensalada y regado por los vinos del Duero.
Riaza fue también "Comunidad de Villa y Tierra", y en ella (como en Ayllón) nos interesará sobre todo el tipismo y sabor de sus antiguas calles, sus soportales y sus casas solariegas, habitadas por los hidalgos que dominaban el concejo. La Plaza Mayor es un ejemplo de lo que venimos diciendo, así como sus calles y sus rincones. Si el viajero llega a Riaza en el segundo domingo de septiembre podrá participar en los encierros y corridas de toros que se celebran en ella. En la parroquia, aunque muy deteriorada, hay una "Piedad"•, de gran valor estético.
Cerezo de Arriba, el aficionado al deporte de la nieve cuenta con la estación invernal de la Pinilla, con muy buenas instalaciones deportivas, en la ladera del Pico del Lobo.
En Ayllón, sede de la corte del favorito de Juan II, el Condestable de Castilla don Alonso de Luna. Restos de murallas, torres y arcos, como el espléndido con los escudos de los Condes de San Esteban de Gormaz.
Casonas y palacios, como el de los Contreras, de 1497, o la Casa del Águila; calles, como la de Pellejeros o la calle Real; plazuelas, como la del obispo Vellosillo; iglesias, como la de Santa María o San Miguel, y, sobre todo, la de San Juan, pese a su estado ruinoso. En el palacio del Obispo Vellosillo se ha instalado un pequeño museo.
Buitrago conserva sus importantes murallas y el recinto de su castillo en un ángulo de las mismas, en cuya explanada se celebran fiestas y corridas de toros. Buitrago fue señorío de la poderosa familia nobiliario de los Mendoza. Se entra en el Buitrago antiguo a través de una puerta sobre la muralla para admirar callejuelas y casas medievales de madera y ladrillo. Hoy hay que añadir la visita al Museo de Picasso.
Torrelaguna aquí nació la esposa de San Isidro Labrador, el Patrón de Madrid, cuna también del Cardenal Cisneros, el fundador de la cercana Universidad de Alcalá de Henares, fue también el lugar de la muerte y el enterramiento del gran poeta medieval Juan de Mena.
Cisneros fundó en su ciudad natal conventos e iglesias. Hoy, sólo el de las Concepcionistas, en la calle de las Monjas, junto a la plaza, recuerda esta época. Las demás están en ruinas, en las calles cercanas a la Plaza Mayor, con típicos soportales y un singular Ayuntamiento; existen antiguos palacios, como el de Juan de Salinas, sobre todo en la calle del Cardenal Cisneros, mientras la calle de la Estrella, la del Hospital o la de Contreras nos ofrecen ejemplos de arquitectura popular.
Pero sin duda el edificio clave a visitar en Torrelaguna es el bello edificio gótico de la iglesia de Santa María Magdalena, en cuya obra intervino también Cisneros, de tres naves, con un interesante retablo barroco, un elegante coro y dos púlpitos renacentistas y varias capillas y sepulcros con estatuas orantes. En esta iglesia fue enterrado Juan de Mena.
En Talamanca de Jarama se conserva restos de lo que debieron ser importantes murallas medievales. Se conserva en su iglesia parroquial del XVI, el antiguo ábside románico, y en un rincón cercano, restos de otro ábside mudéjar. Son pequeñas y humildes muestras, de escaso interés, de un glorioso pasado.
En Torrejón de Ardoz se debe de ver la Casa Grande.
TRABAJO: HACER UNA RUTA POR LA SIERRA DE SOMOSIERRA Y GUADARRAMA.
Podéis elegir salida, recorrido y destino final. se deben mencionar al menos diez paradas en pueblos o lugares de interés para los posibles turistas amantes del medio natural y les encanten otras actividades recreativas.
Temas para CICLO SUPERIOR y AZAFATA/O DE TIERRA
1ª RUTA POR El VALLE DE LOS CAIDOS Y El ESCORIAL
Trayecto: Madrid - El Escorial - Valle de los Caídos - Madrid -
Saliendo por la N-VI, ó A-6, conocida como la carretera de A Coruña, esta nos conduce hacia el Norte, hacia la Sierra, en el 17 Km. se debe tomar el desvío hacia El Escorial, carretera que, pasando por Galapagar, desemboca frente al Monasterio.
El Monasterio de San Lorenzo de El Escorial:
Nos encontramos en uno de los lados menores (162 m. de largo) del gigantesco rectángulo que constituye el edificio, cuya puerta principal se encuentra en el lado mayor, (207 m.), que mira al Oeste.
Los turistas suelen penetrar inmediatamente en el edificio por la puerta central de esta fachada Norte, situada entre la zona llamada de los palacios (a la izquierda) y el Colegio (a la derecha). Pero sería loable trazarnos un plan general y reflexionar sobre su interpretación.
Recordemos algunos datos sobre el mismo.
Nos encontramos ante el Monasterio de San Lorenzo, construido por Felipe II entre 1563 y 1584, es decir, en poco más de veinte años, casi un tiempo record para lo que El Escorial es, lo que encierra, y considerando que se colocó piedra a piedra con los medios técnicos del siglo XVI.
Está dedicado a San Lorenzo (10 de agosto) porque es día Felipe II ganó a Francia la batalla de San Quintín, ante las puertas de París.
Las relaciones belicosas de su padre ahora se tornan en un acercamiento a la política francesa.
Exteriores:
Frente a la fachada Oeste, y también frente a la Norte, veremos una armónica sucesión de edificios: son las casas de los funcionarios de la Corte, Ministros, Infantes, guardia, etc.... que rodean en forma de "L" por estos dos lados el edificio. Aquí también las casas destinadas a la administración y la burocracia reciben el nombre de "Casas de los Oficios".
La Planta:
San Lorenzo, mártir romano, murió quemado sobre una parrilla, por ello se elige que el edificio tenga también la forma de una parrilla invertida o boca arriba.
El mango sería el saliente constituido precisamente por la zona destinada a palacio por Felipe II en su fachada Este, y las cuatro torres de sus esquinas, las cuatro patas en las que la parrilla se apoyaría en el suelo. Este símbolo, la parrilla, será encontrado por el visitante labrado, esculpido en relieve, o pintado, por muchas zonas del edificio: es el emblema de El Escorial.
A la izquierda, se sitúa el palacio del Rey Felipe, o "el mango de la parrilla".
La fachada principal.
La Lonja, amplia zona enlosada en granito y cerrada por una cerca con bolos y cadenas de hierro, típicos elementos decorativos del arte de Herrera, el arquitecto escurialense.
La gran fachada principal si se quiere ver debemos alejamos para mirar su grandiosa perspectiva. La lonja se encuentra en una superficie sobre la que se levanta el edificio, sin contar torres y cúpulas, en una altura de 30 metros. Pero esto no es sino una gran plataforma que nivela el desnivel del pie de monte.
La fachada Sur se levantan sobre un cuerpo arquitectónico inferior, que nivela así las desigualdades del terreno.
Las otras dos fachadas del edificio es de casi doble altura. Incluso los jardines se levantan a su vez sobre otra plataforma, siempre para seguir nivelando el inclinado terreno.
Pero admiremos un poco la compacta y grandiosa edificación ante la que nos encontramos: Un impresionante conjunto que tiene 2.593 ventanas, 1.200 puertas, 300 celdas para los frailes, 86 escaleras, 89 fuentes, 16 patios y 1.600 cuadros y pinturas de Velázquez, El Greco, Tiziano, Tintoretto, El Bosco (...)
Un edificio que se construye en el propio lugar elegido por Felipe II para dar gracias a Dios por la victoria de San Quintín.
Se quiso reunir aquí un conjunto de servicios y cumplir determinados objetivos: un gran monasterio y una fabulosa basílica donde los monjes jerónimos estuvieran orando y dando gracias a Dios por su protección; siempre, día y noche, en alguna capilla de El Escorial se habría de estar celebrando misa.
Centraliza toda la gigantesca Administración Pública de los numerosos reinos extendidos por todo el planeta, hasta tal punto que "jamás se ponía el sol sobre los dominios españoles".
El palacio está alejado de la Corte para trabajar en un clima más fresco y sano que el del caluroso Madrid.
Es un centro científico y artístico de carácter universal, para lo que reunió la más grande biblioteca de su tiempo, que mandó a sus embajadores adquirir por todos los países; así reunió 3.379 libros impresos, 1.886 manuscritos árabes, 582 en griego, 2.086 en latín, 7.000 estampas, grabados y dibujos..., todos ellos verdaderas joyas bibliográficas; mandó venir a todos los artistas europeos que quisieran trabajar para El Escorial, y encargó la compra de centenares obras de arte.
Es el panteón donde se enterraran los reyes y reinas de España, lo que así ha sucedido desde su padre, Carlos V, y su madre, Isabel de Portugal, hasta nuestros días, salvo dos excepciones: Felipe V, Luis I, Fernando VI, (los tres primeros Borbones), José I Bonaparte y Amadeo de Saboya.
Así, este gran conjunto quería expresar al mismo tiempo el poder y las fuerzas de la monarquía española, su hegemonía imperial sobre todas las naciones de Europa, el triunfo de la fe católica frente a los protestantes, el esplendor de la liturgia, la gloria de la ciencia y las artes (....) ; era una terrena "ciudad de Dios", resumen de lo absoluto, oferta máxima de un rey y de un pueblo al Dios de los ejércitos que los protege: un nuevo Templo de Salomón.
Paseo por su interior:
Nada más entrar, el zaguán, a través de unos grandes arcos, nos introduce en el magnífico Patio de los Reyes de Juda. Un enorme patio rectangular, proporcionado y severo, en cuyo frente vemos la fachada de la iglesia. Sorprenden en ella las colosales esculturas de seis reyes de Judá, con coronas, cetros e insignias de bronce. Desde aquí podemos imaginar el conjunto. Tras nosotros, encima del pórtico que hemos atravesado, la Biblioteca. Frente a nosotros, lo que sin duda es el corazón del edificio: la gran basílica. Toda la fachada izquierda del patio es el Colegio; toda la fachada derecha es el convento. Tres escalones, al fondo, nos dirigen al pórtico de la iglesia: ese es el centro geométrico del complejo. Si nos encaminamos a la izquierda, tras el Colegio, y a un costado de la basílica, todo el espacio está ocupado por los palacios. Si nos encaminamos a la derecha, tras el convento, y al otro costado, todo el espacio está ocupado por el Patio de los Evangelistas, a cuyo claustro se abren las Salas Capitulares y la sacristía.
A la izquierda, bajo los palacios, se encuentran los museos.
A la derecha, bajo la sacristía y las Salas Capitulares, se encuentran los panteones reales.
¿Queda algo más? Queda "el mango de la parrilla", el espacio que en el centro de la fachada Este sobresale exactamente detrás de la cúpula y del altar mayor, prolongando el edificio. Ese es el palacio de Felipe II.
En la basílica se accede pasando por el atrio bajo la famosa "bóveda" plana que construyera Herrera.
La iglesia es un gran cuadrado, con una gigantesca cúpula central apoyada en cuatro monumentales arcos que reposan sobre gigantescos pilares que sostienen, todo alrededor de la iglesia, una enorme cornisa de orden dórico.
En las paredes laterales, capillas sobre las que se encuentran balcones corridos con las típicas bolas herrerianas.
La cúpula es de piedra desnuda, contrastando con las bóvedas, que están pintadas con espléndidos frescos por Lucas Jordán. Esta cúpula, como en San Pedro de Roma, constituye el centro estético del conjunto encuadrada, desde el Patio de los Reyes, por dos torres (que proyectadas también en San Pedro no habían llegado a construirse). No hay que olvidar que Herrera había estudiado en Roma junto con Juan Bautista de Toledo, el autor de los planos y director de la obra durante los primeros años, hasta que a su muerte, Juan de Herrera, que era su ayudante, le sustituyó imprimiendo a toda la obra su sello personal; un sello del que no fue ajeno el propio Felipe II, que visitaba frecuentemente la marcha de los trabajos, ordenaba actuaciones y vigilaba la obra desde una altura de la sierra a la que subía muchas veces: un lugar que todavía se conoce como "la silla de Felipe II".
La basílica fue escenario de grandes fiestas litúrgicas y religiosas, a la luz de 14.000 velas de cera que, según las cuentas que constan en los archivos, se encendían cada vez.
Lo más destacado es el altar, al que se accede por dos tramos de escaleras.
En él impresiona el retablo proyectado por Herrera, con columnas de jaspe, entre las que se encuentran ocho buenas pinturas de artistas italianos y 15 esculturas del taller de Pompeyo Leoni, a cuya mano se debe el Calvario que remata el retablo y dos soberbios conjuntos llamados los oratorios reales que hay en ambos lados del altar. En su cincelado trabajó diez años el escultor milanés.
El del lado del Evangelio representa a Carlos V, y el del lado de la Epístola, a Felipe II, ambos con sus esposas y algunos miembros de su familia.
Saliendo de la iglesia, a la izquierda, es inexcusable admirar el bellísimo Cristo de Benvenuto Cellini, de mármol, a tamaño natural, con las medidas de la Sábana Santa de Turín, esculpido en 1562.
Hemos terminado la visita de la parte pública.
En las taquillas se adquieren las entradas para visitar las diversas partes del edificio. Podemos empezar por los palacios, que se encuentran, como sabemos, en ese lado, ocupando una cuarta parte posterior y el saliente final del edificio.
En los palacios hay que distinguir dos partes.
El palacio de los Borbones
Este fue notablemente reformada en el siglo XVIII y es del mismo estilo que los de Aranjuez y la Granja.
Destacan en ellos los tapices, las lámparas, los candelabros, las porcelanas, los espejos, los relojes, en fin, los elementos decorativos propios del rococó. Son tapices de Goya y Bayeu, y algunos, muy valiosos, de Teniers.
Destacan, sobre todo por su sensación de relieve, los de la Sala Pompeyana, y los de Rubens, de tema mitológico.
Una sala alargada, de 55 m, recubierto de pinturas que reproducen el desarrollo de grandes batallas de nuestra historia, da paso al palacio de los Austrias, que habitó Felipe II.
El palacio de los Austrias:
Es el "mango de la parrilla". Sus salas están adornadas con magníficas pinturas, retratos, trípticos y muebles del siglo XVI. El largo y estrecho pasillo nos conduce al despacho y dormitorio de Felipe II, lugar que da al altar mayor para que el Rey pudiese oír misa desde su habitación.
Se conserva aquí, entre otras obras de arte, un famoso cuadro de El Bosco, "El carro de Heno", réplica de otro del Prado, y la cama en la que expiró el Rey. También su mesa de trabajo. Y más adelante, la silla de manos, con un artilugio para que pudiera llevar extendida su pierna enferma (murió de gota), en la que era trasladado de Madrid a El Escorial. Sorprende en todas estas habitaciones la simplicidad, la sobriedad, incluso la humildad de los aposentos. Sobriedad que llega al colmo cuando llegamos al Salón del Trono, al que se accede y del que se sale por dos puertas magníficas de fina marquetería y maderas nobles.
El Salón del Trono es, igualmente, admirable por su desnudez. En él, un sencillo escabel sobre una tarima, era el lugar donde el Rey recibía. Pero es sabido que hasta los nobles de más alta alcurnia caminaban temblorosos sobre sus frías baldosas hasta llegar ante la presencia de Don Felipe, que sólo pronunciaba una palabra ya célebre: "sosegaos". Un detalle a observar: ante la ventana de la esquina la larga franja negra en el suelo es un reloj de sol.
Bajo los palacios hay dos museos.
El de pintura alberga en nueve salas una soberbia colección de obras de arte. Cuadros flamencos de El Bosco, Van der Weyden, Gerard David, Durero y Metsys; de Tiziano y Tintoretto; de Ribera, Velázquez, Zurbarán y Alonso Cano. Y la gran joya de El Escorial: "El Martirio de San Mauricio y la legión Tebana", de El Greco. El Greco acudió desde Italia atraído, como otros muchos artistas, por la posibilidad de trabajar en El Escorial. Pero este cuadro que pintó como prueba no gustó al Rey, y no fue admitido, retirándose a Toledo. Parece ser que la razón no fue estética, sino ideológica, pues el Martirio propiamente dicho aparece en un segundo plano, casi desapercibido, lo que iba contra las concepciones religiosas del Rey, que hubiere deseado un martirio más vivo y patente.
El museo de arquitectura, es, sin duda, digno de verse. Porque la minuciosidad burocrática de Felipe II ha convertido a El Escorial en el único monumento de valor universal, del que se conservan al detalle las cuentas, planos, maquetas, proyectos, bocetos, dibujos, ordenanzas laborales máquinas y artefactos constructivos, herramientas utilizadas, modelo de la cerrajería, carpintería, materiales, cerámicas, grúas, poleas un conjunto de valor etnográfico y didáctico sin duda único en el mundo.
Saliendo de nuevo al Patio de los Reyes nos encaminaremos, sobre la puerta principal, a la fabulosa biblioteca.
La biblioteca, sobre los fondos cedidos o adquiridos expresamente por Felipe II, fue engrandecido por sus sucesores, hasta llegar a quedar constituida tal y como la vemos hoy, con 40.000 libros impresos y centenares de manuscritos, códices griegos o árabes, beatos, biblia, etc... la biblioteca, un amplio salón rectangular de más de 50 metros, tiene sus bóvedas adornadas con pinturas alusivas a las artes y las ciencias. En las paredes, sobrias y elegantes libreras de maderas nobles, según diseño de Herrera. Diversos retratos en las paredes. En el centro, sobre mesas de pórfido y de mármol, y en diversas vitrinas, se exponen algunas de las joyas bibliográficas que la biblioteca atesora. El visitante observará la riqueza de la puerta de entrada y una curiosa esfera circular de 1582.
De nuevo en el Patio de los Reyes de JUDA , atravesamos el pórtico de la basílica, para penetrar ahora en el edificio por su izquierda. la primera sala es la Sala de los Secretos, llamada así por su acústica, que permite una conversación entre personas situadas en las esquinas sin que nada se escuche por las situadas en el centro de la habitación. A continuación penetramos en el bello y equilibrado Patio de los 4 Evangelistas, construido por Herrera. Sus claustros están decorados por pinturas al fresco, obra de maestros italianos. Caminando hacia la derecha, tras cruzar ante la monumental escalera principal del edificio, nos dirigimos a las Salas Capitulares. Son las salas empleadas para los capítulos o juntas de los monjes, cuatro grandes habitaciones con pinturas al fresco en los techos y lienzos de gran valor en las paredes. Valoraremos en ellas el altar portátil que el Emperador Carlos V llevaba en sus batallas, de bronce, plata y esmaltes; la colección de vestiduras litúrgicas del XVI y diversas piezas de marfil y orfebrería.
Entramos a continuación en la sacristía, tras contemplar, en la antesacristía, la fuente de cinco grifos utilizada por los sacerdotes para sus abluciones. En ella se encuentran las preciosas cajoneras para las ropas litúrgicas. Pero lo más destacado es el altar del fondo, de mármol, jaspes y bronces, encuadrado por dos puertas de maderas finas con adornos de concha y bronce. Gran parte del altar está oculto por un famoso cuadro de Claudio Coello, "La Adoración de la Sagrada Forma por Carlos II y sus cortesanos", que recuerda un milagro y una anécdota eucarística del reinado de Carlos II. Sólo dos veces al año (29 de septiembre y 28 de octubre) se retira el cuadro y queda visible el altar.
Al lado de la sacristía, separada por una verja de la basílica, está la entrada hacia los panteones, que se encuentran bajo tierra.
Tras los primeros escalones nos encaminamos a la izquierda para conocer la elegante sala octogonal, situada exactamente debajo del altar mayor. Es el Panteón Real, que fue proyectado por Herrera y construido entre 1617 (después de muerto Felipe II) y 1654, por Gómez de Mora y Crescenzi. Allí están enterrados todos los Reyes de España desde Carlos I a Alfonso XIII (con las dos excepciones que hemos señalado), y aquellas de sus esposas que fueron madres de su sucesor. Todo el recinto está cubierto de mármoles rojizos y grises, con adornos de bronce, material del que es también el frontal del altar, el Cristo, los ángeles que sostienen candelabros y la magnífica lámpara central de 24 brazos. En nichos rectangulares, de cuatro en cuatro, están situadas las urnas sepulcrales, de mármol gris.
Al regreso, llegando a los primeros escalones, continuamos recto y bajarnos hacia las diferentes salas, también subterráneas, que conocernos como el Panteón de Infantes. Allí, en habitaciones y cubículos sucesivos, se encuentran enterrados muchos miembros de las familias reales españolas. Este conjunto se terminó ya en fecha muy reciente, en 1886. Predomina en los sepulcros el color blanco, sobre el que se destacan, con policromía, los diferentes escudos que recuerdan los títulos de los enterrados. Entre sala y sala hay esbeltas esculturas de mármol que representan maceros de guardia. Destaca, en la quinta cámara, el sepulcro de Don Juan de Austria, el hermano bastardo de Felipe II. Y en la sexta cámara, el túmulo circular central, con 60 nichos destinados a infantes niños, conocido popularmente como "la tarta". Estamos en el ángulo sureste del edificio. Por aquí, a través de unas escaleras y una pequeña puerta, se sale del Monasterio por la fachada Sur de El Escorial, entre los macizos y el estanque del jardín de los frailes. Hemos recorrido la zona visitaba de El Escorial, sólo una parte del gigantesco edificio, aproximadamente la mitad.
Todavía, antes de regresar a Madrid, visitaremos la Casita del Príncipe, construida por Carlos III para el futuro Carlos IV, que alberga en sus once salas la típica decoración de los palacios borbónicos. A destacar, las pinturas de Lucas Jordán y dos salas: el comedor, con gran mesa neoclásica sostenida por 15 columnitas de madera con capiteles de bronce dorado, y la ovalada sala del café, adornada con bustos de emperadores romanos. Menos valor tiene la Casita de Arriba, mandada construir también por Carlos III para su otro hijo, el Infante Don Gabriel, aunque no por ello deja de merecer la pena la visita.
El regreso a Madrid se recomienda hacerlo por la carretera M-600, que desemboca en la autopista A-6, y se aprovechará para visitar el Valle de los Caídos, la muestra arquitectónica más importante legada a la historia por el régimen del General Franco (arquitectura acólita a la estética de Muguruza; importantes fueron los barrios de absorción, las uvas...).
Fue el propio General el que concibió la idea de realizar un gran monumento a todos aquellos de sus partidarios que murieron en la guerra. Se inició la edificación en 1940, en un lugar elegido por el propio Franco: un alto peñascal granítico (1.400 m.), aislado, que se levanta en el centro del gran anfiteatro montañoso de Cuelgamuros, en el sur de la Sierra de Guadarrama, mirando hacia Madrid. Y así comenzaron las obras de lo que más que una obra arquitectónica es un proyecto de ingeniería lleno de colosalismo gigantesco. Los trabajos, en los que participaron ampliamente prisioneros del bando republicano, no finalizaron hasta 1958. Durante este tiempo, muerto el primer director de la obra, Pedro Muguruza, dirige el proyecto Diego Méndez.
Finalizado el conjunto, se decidió que el memorial cambiara de sentido (habían transcurrido ya dieciocho años) y se convirtiera en un monumento en recuerdo de todos aquellos, de uno u otro bando, que cayeron durante la guerra. Fue trasladado allí el cuerpo de ]osé Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange, movimiento de carácter fascista que proporcionó a Franco las líneas maestras ideológicas del régimen dictatorial implantado tras salir victorioso de su rebelión contra la República. José Antonio había sido provisionalmente enterrado en El Escorial, con gran escándalo de los monárquicos españoles. Una sencilla losa ante el altar recuerda su nombre.
Otra losa igual, en 1975, sirvió para sepultar, con la misma castrense sencillez, el cuerpo del General Franco. Pero si ambas sepulturas admiten sin problema estos calificativos, no puede decirse lo mismo del conjunto monumental que constituye el Valle de los Caídos.
Los adjetivos han de remitirnos siempre a algo colosal, gigantesco, grandioso, imponente... Algo que impresiona más por su tamaño que por su estética. Y hasta tanto, que aplasta y hace desvanecer las obras de arte individuales que alberga. Si el monumento hubiese sido sólo una cruz, en lo alto, para ser vista y contemplada por los viajeros que circularan por el sur de la sierra hubiese cumplido probablemente su objetivo. Pero Franco quiso convertir aquello en un lugar de culto y peregrinación, lo proyectó con una concepción del espacio fascista y dictatorial, para grandes concentraciones, y quiso, y consiguió, que todo quedara impregnado de un espíritu funerario y grandilocuente.
El gusto es ciertamente discutible. Y, lógicamente, el monumento tiene feraces detractores, tanto por razones ideológicas como estéticas, pero no deja también de tener partidarios. Y una cosa es cierta: se ha convertido en un lugar constantemente visitado, lleno todos los días de turistas españoles y extranjeros que no pueden sustraerse al extraño atractivo que ejerce.
En la carretera N-600, la misma que más tarde nos llevará al inmediato sitio de El Escorial, unas grandes puertas de hierro dan acceso a la carretera que asciende hacia la cruz. A mitad de camino encontramos cuatro gigantescas columnas de granito, los "Juanelos", llamadas así por su autor, Juanelo Turiano, inventor del siglo XVI; formaban parte de un artilugio hidráulico (que jamás llegó a construirse) proyectado para ser instalado en el río Tajo, como contrapesos de una presa protectora de las crecidas que protegiera un palacio que Carlos V le había encargado construir en Aranjuez.
Cada "juanelo" pesa 50 toneladas. Y llegamos al pie de la cruz. Allí está la entrada de la basílica, que no es iglesia construida, sino gigantesca cripta excavada en la roca, como un túnel de gran tamaño, que nos condujera directamente hacia el altar, cobijado bajo una enorme cúpula exactamente encima de la cual está situada la cruz que hemos visto en el exterior. Nos dirigimos a la puerta de la iglesia a través de una monumental explanada con varias series de escalones. El paisaje aquí, vueltos de espaldas a la cruz, es espléndido; avanzando luego hacia ella llegaremos al templo al que dan acceso, a ambos lados, series de arcos fríos y severos.
Sobre la puerta, una "Piedad" en piedra negra, del escultor Juan de Ávalos. La entrada bajo tierra es facilitada a nuestros ojos por los fúnebres candelabros de hierro que difunden una luz amarilla. Hemos atravesado una magnífica puerta de bronce. Pasaremos otra de maderas finas. Cruzaremos entre dos enormes arcángeles de bronce. Y traspasaremos una atractiva reja moderna, que pretende y consigue compararse a las mejores muestras de tejería española del renacimiento. Hemos entrado en la iglesia, de 262 m de larga.
A un lado, se abren pequeñas capillas bajo grandes relieves de alabastro dedicados a vírgenes patronas de los diferentes cuerpos del ejército. Entre las capillas, admirará el viajero, pese a la insuficiente luz, ocho magníficos tapices flamencos, dedicados al Apocalipsis, que Felipe II compró en Bruselas en 1553. Están tejidos en oro, plata y seda.
Un nuevo tramo de escaleras nos conduce a la parte de la cripta más, dedicada al culto, ya con bancos de madera en los que está tallado el escudo de la institución fundada por Franco que cuida el Valle. A ambos lados, altas pilastras coronadas por fúnebres figuras. Y, al fin, el altar coronado por un Cristo del escultor Zumaya sobre una cruz formada por dos troncos de enhebro que cortara personalmente el General.
El altar tiene capillas laterales en ambos lados del crucero y está situado bajo una cúpula subterránea de mosaico formado por seis millones de piezas que representan personajes de la historia militar y política de España, con figuras de santos y símbolos de los vencedores en la guerra civil. A diferencia de todas las cúpulas conocidas, ésta, lógicamente, no remata con un lucernario para difundir luz al recinto. Pero en las celebraciones litúrgicas, en el momento de la consagración, se apagan las luces de la cripta y un estrecho rayo de luz, procedente de la clave de la cúpula cae sobre el altar, creando una tétrica atmósfera. Detrás del altar se encuentra el coro con 70 escaños para la comunidad de frailes benedictinos que se albergan en el convento situado al otro lado del risco y que se comunica con la iglesia por el interior.
Al exterior, un funicular de agradable camino nos llevará al basamento de la cruz.
Allí admiraremos cuatro gigantescas figuras de Ávalos que representan a los cuatro evangelistas acompañados de sus símbolos: el toro, el ángel, el águila y el león. Más escaleras, siempre admirando el magnífico paisaje, nos conducen al arranque de la cruz, flanqueado por las cuatro "virtudes cardinales". Existe un ascensor (prohibido a los visitantes) que conduce a los brazos, tan anchos que por ellos pueden cruzarse dos coches la altura de la cruz, desde el lugar donde nos encontramos, es de 150 m. La cruz, para poder soportar los terribles ventarrones de la montaña en el invierno, tiene elasticidad para oscilar 50 cm. cada lado en su punto más alto.
Podemos bajar a pie recorriendo el vía crucis, cuyas catorce estaciones, desde la iglesia, en un camino que trepa entre los bloques de piedra, llegan hasta lo alto. En los edificios que hemos visto desde arriba, al otro lado, de un marcado estilo escurialense, está situada una hospedería, un centro de reuniones y cursos y el monasterio de los frailes, todo ello en torno a otra gran explanada en cuyo centro una puerta de bronce, pareja de la principal, da acceso a un ascensor (que no suele utilizarse) para ascender a la cruz y comunicarse con la iglesia.
2ª RUTA POR EL SUR DE GREDOS Y El VALLE DEL TIETAR
Trayecto: Madrid - Boadilla del Monte - Villaviciosa de Odón - Móstoles - Navalcarnero - Villa del Prado - Cadalso de los Vidrios - San Martín de Valdeiglesias - La Adrada - Mombeltrán - Arenas de San Pedro - La Adrada - San Martín de Valdeiglesias - Madrid -
La larga ruta que proponemos a continuación pretende llevarnos al sur de Gredos a través de los encantadores paisajes de los embalses de la cabecera del Alberche, y en concreto hacia el valle del Tiétar, con el bello conjunto formado por Mombeltrán, San Pedro de Alcántara y Arenas de San Pedro. No obstante, la Comunidad de Madrid, y referida a localidades de su territorio, aconseja realizar esta ruta dejando Navalcarnero y Cadalso de los Vidrios para el viaje de vuelta. El viajero decidirá, en función del tiempo disponible, el itinerario a seguir.
Nada más salir de Madrid, antes de enfilar definitivamente la carretera nacional V, que nos conduce hacia nuestro destino, nos desviamos brevemente para dirigirnos a Boadilla del Monte, donde se encuentra un palacio construido por Ventura Rodríguez para el hermano de Carlos III. Lo más interesante de él es la capilla y cercano en Villaviciosa, El castillo de Villaviciosa de Odón. Es una edificación recia y maciza, de diseño medieval, reformada por Herrera en el siglo XVI. En él murió de pena, en 1759, el Rey Fernando VI, tras el fallecimiento de su esposa, el año anterior. Fue cárcel de Godoy después del motín de Aranjuez, antes de ser enviado al exilio en Francia.
Desembocamos en Móstoles (hoy otra "ciudad dormitorios madrileña"), famoso por sus alcaldes. Simón Hernández y Andrés Torrejón fueron los primeros que desde una pobre villa, prisioneros los Reyes españoles en Francia, declararon la guerra a Napoleón. Tiene algún interés el ábside mudéjar de la parroquia.
En Navalcarnero. Este pueblo tiene una típica plaza con soportales y una bella iglesia parroquial de diversas épocas, que alberga en su capilla de la Concepción (donde se casó Felipe IV) un buen retablo y un apostolado de la escuela de Ribera.
Desde la Aldea del Fresno nos desviamos hacia Villa del Prado, con una interesante iglesia gótica, que alberga muestras mudéjares, un hermoso coro y dos atractivas torres.
De aquí dirigimos nuestro camino a Cadalso de los Vidrios, el pueblo más occidental de la provincia de Madrid. Estamos ya al pie de Gredos, y el paisaje nos lo recuerda con sus bosques y praderas. Allí se encuentra el palacio renacentista de los Duques de Frías, verdaderamente digno de ser visitado y de recorrer los hermosos jardines que le rodean. Tierra ésta del Condestable de Castilla don Alonso de Luna y de otros muchos nobles (como una hija d Fernando el Católico), los blasones y escudo de sus casas señoriales nos recuerdan esta circunstancia, como el sobrenombre de "De lo Vidrios" hace referencia a que aquí estableció Carlos III una Real Fábrica de Cristales.
Saliendo hacia el Norte, por Pelayos, llegamos al pantano de San Juan, centro de deportes náuticos y de verano. A su lado está San Martín de Valdeiglesias, el último pueblo d la provincia de Madrid. Es un lugar que nació al amparo del gran monasterio cisterciense de Pelayos, del que hoy sólo lamentables ruina se conservan. Su iglesia fue comenzada por Juan de Herrera, pero la falta de dinero impidió su finalización, cuando ya se llegaba a lo pies de la misma. De ahí vienen dichos, como "Se acabó el oro antes que el coro", o, "Todas las obras tienen su fin, menos la iglesia de San Martín". Cercano al pueblo está el castillo que perteneció a don Alvaro de luna.
En la provincia de Ávila.
Precisamente por el lugar donde se encuentran los famosos "Toros de Guisando", junto a un monasterio del siglo XVI. Los Toros de Guisando no son sino unos verracos celtiberos. Es sabido que macizas esculturas de verracos se encuentran por todo el centro de la Península como uno de los restos de motivación desconocida (¿señalan un lugar de cultos mitológicos, sirven para fijar límites?) de las culturas celtibéricas. Pero el grupo de los "Toros de Guisando", de El Tiemblo, es también un lugar histórico, porque fue allí donde Enrique IV, en 1468, renunció al trono de Castilla para su hija Juana la Beltraneja, reconociendo como heredera a su hermanastro Isabel, la futura Isabel la Católica.
Si el viajero tiene tiempo, podrá cruzar la Sierra por Venta de Tablada, para conocer la parte oriental del norte de Gredos (atravesando el pantano de Burguillo, que forma el importante conjunto hidráulico de la cabecera del Alberche junto con el pantano de San Juan), visitar el típico pueblo serrano de El Tiemblo y tomar un aperitivo en Cebreros, regado por sus excelentes caldos. Si no, continuará desde Guisando por Navahondilla, para encontrar el castillo de la Adrada y penetrar ya decididamente en el valle del Tiétar, encantador y sugestivo, con un microclima que produce abundante fruta, lleno de flores, campos sembrados de tabaco, olivos, huertas (....) con pueblos seductores, como Pedro Bernardo, y el gran conjunto, en torno a Arenas de San Pedro, al que nos dirigirnos.
Allí visitaremos, en primer lugar, el castillo de Mombeltrán, construido en el siglo XIV por los Duques de Alburquerque. El castillo, con fuertes torreones en las esquinas, se levanta en un pequeño altozano junto al pueblo, al pie de la Sierra. Nos dirigimos a continuación al cercano Monasterio de San Pedro de Alcántara, santuario franciscano construido por Ventura Rodríguez en el siglo XVIII, donde se encuentra enterrado el Santo.
Estamos ya en Arenas de San Pedro; aquí admiraremos, además del convento de San Andrés del Monte, el palacio del Infante Don Luis de Borbón, del siglo XVIII; la iglesia parroquial, gótica, con un espléndido retablo y, sobre todo, el castillo de la Triste Condesa, que se levanta sobre el puente medieval. Arenas de San Pedro, que recibió el título de Villa en 1393, fue señorío de los Condestables de Castilla. Primero, de Ruy López Dávalos, y luego, de don Alvaro de Luna, el favorito de Don Juan II, el Rey padre de Enrique IV y de Isabel la Católica. Cuando las presiones de la nobleza hicieron que el Rey ordenase cortar la cabeza al Condestable, su viuda, doña Juana de Benavente Pimentel, se encerró en él a llorar su viudedad, dando al castillo el romántico nombre con el que es conocido. En Arenas, por último, hay otra visita insoslayable: la de la impresionante Cueva del Águila, maravilla de la naturaleza, con sus caprichosas estalagmitas. Arenas de San Pedro es también buen sitio para comer las frutas y las hortalizas del valle, pero también las alubias del cercano El Barco de Ávila, la liebre y la perdiz de sus campos y las truchas de los ríos serranos. La liebre con alubias pintas, los potajes y las menestras serán alivio de fuerzas para el viajero.
Al sur de Arenas se nos abre esplendoroso hacia Extremadura el valle del Tiétar. A unos 20 km al oeste está Candeleda, un pintoresco pueblo con típicas balconadas de madera. Todos estos lugares están también poblados en el estío por los "veraneantes" madrileños. La alegría, la abundancia de flores y huertos, el clima bondadoso y la belleza de sus paisajes han hecho que algunos denominen a esta comarca del valle del Tiétar y el sur de Gredos la "Andalucía de Ávila". Recorriendo estos caminos el turista constatará que no es una denominación equivocada. Pero el regreso se impone. Poco después de la Adrada entramos ya, de nuevo, en la provincia de Madrid, llegamos a San Martín de Valdeiglesias. Atravesamos el Alberche.
Madrid, de nuevo.
Uno de los más grandes escritores españoles, Camilo José Cela, nos habla así en su libro "Ávila" de los tocados típicos y de la gastronomía de la Sierra de Gredos: "Por las comarcas de El Barco de Ávila, de Piedrahíta, de Hoyocasero, aún se ven mujeres tocadas con la graciosa gorra de paja rizada, un alto sombrero en forma de casquete, ornado con lanas de colores, con una visera de oreja a oreja y con un espejuelo en forma de corazón sobre la frente y presentado sobre un pequeño fondo de paño que por su color -verde para las solteras, rojo para las casadas y negro para las viudas- indica el estado de la mujer que lo lleva. Es curioso observar con qué frecuencia, en el tocado de la mujer castellana, se encuentran continuos avisos sobre su estado y condición; también es curiosa la poética adscripción al color que determina la doncellez, el matrimonio o la soledad”.
"Las judías de El Barco son quizá de las más finas de España... Es también muy gustosa la trucha, o carpa, o bermejuela, o pancho, de Gredos, de fina y sabrosa carne... La perdiz, el conejo, la liebre, el jabalí y la cabra de Gredos son de muy buena clase... La ternera es blanca como el papel... De postre: fruta de hueso de los pueblos de la "Andalucía de Ávila". Para beber, vino de Cebreros, de la uva de este lugar, una de las variedades más fino y más rica que se conocen”.
3ª RUTA POR El Sur y El PALACIO REAL DE ARANJUEZ
Trayecto: Madrid - Getafe - Pinto - Valdemoro - Ciempozuelos - Aranjuez - Torrejón de Velasco - Batres - Leganés - Madrid
La ruta turística nos lleva, por la nacional IV, hasta Aranjuez, dicha visita debe realizarse con reposo.
Getafe, lugar donde se encuentra una monumental iglesia renacentista, la de la Magdalena, hoy convertida en Catedral, con enormes y recias columnas y unos interesantes retablos, el del Evangelio con pinturas de Alonso Cano destacado pintor barroco. La sacristía debe visitarse también sobre todo para admirar las pinturas de otro artista barroco: Claudio Coello.
Pinto, a cuya entrada se encuentra el torreón-prisión del siglo XV, en el que estuvo presa la aventurera Princesa de Éboli, la "dama tuerta" de la corte de Felipe II, enamorada quizá del secretario del Rey, Antonio Pérez. Aquí admiraremos la encantadora iglesia parroquia, gótico-plateresca, en donde destacan sus relieves decorativos, sobre todo los de su espléndido púlpito.
En Valdemoro, tienen también interés la iglesia parroquia, que conserva pinturas de Claudio Coello y del cuñado de Goya, Francisco Bayeu. Dispone de un atractivo conjunto de retablos y de un precioso sagrario.
Ciempozuelos, donde se encuentra su sanatorio, que es un ejemplo singular del neomudéjar de principios de siglo. En la iglesia parroquial se custodia un cuadro de Claudio Coello, con un sugerente y enigmático argumento: "El tránsito de la Magdalena", en paradójica equiparación con la Virgen.
Aranjuez, al sur de Madrid, se encuentra ya en una situación geoclimática diferente del norte madrileño), en medio de una región de valles y colinas diseñados por el Jarama, el Tajuña y el Tajo. La feracidad de una tierra bien regada y un clima delicioso convierten a Aranjuez en la huerta de Madrid, un oasis de verdor cuyo hermoso paisaje atrajo desde antiguo a los monarcas españoles.
El Real Sitio de Aranjuez fue primero una casa de recreo construida por los Reyes Católicos a partir de un palacio que poseían los Caballeros de Santiago.
Carlos V residió aquí algunas temporadas. Felipe II construyó en el XVI un gran palacio sobre planos de Herrera, el autor de El Escorial, origen y germen del que luego irían ampliando y engrandeciendo los Reyes de la dinastía de Borbón: Felipe V, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV. Es en esta época cuando se terminan también sus espléndidos jardines.
Pero Aranjuez no es sólo un palacio. Es todo un conjunto urbanístico de primera categoría, concebido en su mayoría durante el siglo XVIII, El Palacio Real, los jardines, los edificios y algunas representativas iglesias forman un armónico conjunto que jalona los sucesivos meandros del Tajo. Amplias avenidas, alamedas, abundancia de arbolado, calles rectilíneas que se cruzan en trazado de ajedrez, jardines y puentes, el rojo del ladrillo y el blanco de la piedra que se alternan en su caserío, ofrecen al visitante la impresión de encontrarse ante un sello real y majestuoso que marca todo el entorno, pero no solemne o abrumador, sino alegre, simpático, popular y optimista.
Los Borbones construyeron pequeños palacios barrocos en los alrededores de Madrid como el de La Granja, junto a Segovia, El de Aranjuez, con ser también barroco en su interior, presenta al exterior, sin embargo, un aspecto más severo, sin duda porque no se levantó de nueva planta.
Efectivamente, los planos que Felipe V encargó al italiano Bonavía no lograron enmascarar el primitivo edificio trazado por Herrera, el arquitecto de Felipe II.
La fachada se abre en una gran "u", en cuyo frente, tras un amplio espacio, se levanta, bajo arquerías, la fachada principal. Fernando VI, por su parte, diseñó la población de Aranjuez, que se levanta tras el palacio, nada más pasar el puente que da paso a la carretera Madrid. Y Carlos III y Carlos IV agregaron nuevas construcciones y dependencias, así como gran parte de la decoración interior del palacio. Los jardines comenzaron a plantarse en época de Felipe II, que abrigaba la ilusión de hacer navegable el río Tajo desde Aranjuez hasta Lisboa, algo que hubiera sido realmente importante, dado que el Rey español, desde 1571, ostentaba también la corona de Portugal.
Estos jardines fueron engrandecidos y adornados con fuentes y estatuas por los Borbones españoles, que pretendían así en Aranjuez (corno en la Granja) emular los de Versalles.
Aranjuez fue escenario de importantes acontecimientos de la historia de España, sobre todo a finales del siglo XVIII y principios del XIX.
Aquí se firma el Tratado de Aranjuez, que, en 1805, une a España a los designios del Emperador de los franceses, Napoleón, que traería consigo la derrota de Trafalgar, en la que el Almirante inglés Nelson destroza la escuadra hispano-francesa. En marzo de l808 el pueblo de Aranjuez asalta el palacio donde residía Manuel Godoy, el favorito de Carlos IV que firmará el vergonzoso tratado. Y en agosto de 1809 el ejército popular español vence en Aranjuez al ejército napoleónico que avanzaba desde el Sur hacia Madrid.
En 1885 fue famosa la visita que realizó a la población el Rey Alfonso XII durante una terrible epidemia de cólera pocos días antes de morir, a los veintiocho años, víctima de la tuberculosis.
El Palacio Real posee una decoración interior, propia de la última etapa del barroco, es decir, el rococó, un estilo preciosista y elegante, íntimo y acogedor, tierno, juguetón y caprichoso, alejado de las grandiosidades barrocas. Las grandes formas decorativas y el color dorado son sustituidas por espejos, porcelanas, candelabros, relojes, jarrones, colores al pastel, tonos grises y platas, verde, seda y rosa. Entre los salones del palacio, que dispone de una gran escalera central de entrada que sin duda sorprenderá al visitante, destacaremos la "Sala de la China" o , "Sala de las porcelanas", que recubre paredes y techos, Procedente de la fábrica que los Borbones mandaron construir en el Retiro; es más grande que la que existe en el Palacio Real de Madrid. Otros salones son el de los espejos, el árabe, copia de la Alhambra de Granada, mandado realizar por Isabel II, y otros muchos, como el Salón del Trono. Multitud de cuadros y frescos de los mejores pintores adornan el palacio. lienzos del italiano barroco Lucas Jordan, o techos de Bayeu.
Mención especial merece también la capilla, construida por Carlos II al mismo tiempo que las dos alas laterales de la fachada que forman el patio de entrada al palacio.
Cercano al palacio, entre los jardines, está la Casa del Príncipe o Casita del Labrador, un palacete neoclásico, poblado de estatuas, construido por Carlos IV para su hijo, el futuro Fernando VII, pero que en realidad empleará la reina María Luisa para reunirse con su joven amante Manuel Godoy. Es verdaderamente magnífica su "Galería Pompeyana", cubierta de ricos mármoles y estatuas. Pero todo el palacete alberga grandes riquezas decorativas. Según la tradición, sólo la balaustrada, de bronce dorado, de su escalera principal costó 1.000 onzas de oro. Su visita es inexcusable.
Los jardines que bordean el Tajo. Felipe II trazó el jardín del Rey, y Felipe III, el jardín de la Reina. Este último fue extraordinariamente la Espina, la de Neptuno, la grandiosa de la Hidra, la estatua de Apolo y la Pitón... El visitante se extasiará ante la majestuosa cascada que se precipita sobre el Tajo, construida en 1753, y sin duda optará por montar en una barca para recorrer el Tajo junto a los jardines de sus orillas. Eso hicieron también los reyes y sus cortesanos. Y aún se conservan los embarcaderos y la Casa de los Marinos, convertida en museo, donde se guardan las falúas reales del siglo XVIII.
El flamenco Jean L'Hermite, ayuda de cámara de Felipe II, describe en sus memorias, que tituló "Les Passetemps", cómo eran los jardines de Aranjuez en el siglo XVI. Había allí, en aquella época, poco después de plantados los jardines (hoy hay muchísimos más), 50.000 árboles de sombra, 170.000 frutales, 12.000 árboles de vivero, 40 camellos, 6 avestruces, 400 pavos reales, e "infinita variedad de aves exóticas en grandes jaulas entre los jardines, así como otros muchos animales de la fauna europea y de otros continentes".
Un paseo por la ciudad nos permitirá conocer interesantes monumentos, entre los que destacaremos el palacio de Manuel Godoy que asaltara la furia popular. La iglesia de Alpajés, la de San Pascual (que alberga importantes pinturas) y, sobre todo la, gran Plaza de San Antonio, con la Casa de los Oficios que diseñara Herrera, a un lado; el palacio de los Infantes, al otro, y, al fondo la iglesia de San Antonio, enmarcada por oblicuas arquerías que ofrecen una dieciochesca perspectiva urbanística. Pero, en general, lo más importante no serán los edificios reseñados, sino el bello y atractivo conjunto urbano que forma la ciudad.
Quizá después de visitar el palacio, y antes de entrar en la Casita del Labrador o recorrer despacio los jardines, esos jardines y palacios que inspiraron a Joaquín Rodrigo su "concierto de Aranjuez", haya llegado la hora del yantar, para lo que Aranjuez cuenta con una variada oferta de restaurantes en los que podrá saborear los apreciados espárragos y sus famosas fresas.
Torrejón de Velasco (donde las ruinas del castillo nos recuerdan que fue prisión de Antonio Pérez y más tarde del Duque de Uceda, valido de Felipe III) hacia Batres.
Batres tiene un castillo, primorosamente restaurado en nuestros días, donde vivió el gran poeta renacentista Garcilaso de la Vega. La puerta, sobre la que campea su escudo familiar, da entrada a un precioso patio del renacimiento: cercana está la llamada "fuente de Garcilaso".
Desde Batres se puede regresar a Madrid por la carretera M-405, que, atravesando Humanes y Fuenlabrada, llega a Leganés, donde se puede admirar la iglesia parroquial de San Salvador, cuya construcción se inició en el siglo XVI y que cuenta con tres retablos de Churriguera y pinturas de Alonso Cano.
4ª RUTA DE CISNEROS Y CERVANTES
Trayecto: Madrid - Torrejón de Ardoz - Alcalá de Henares - Loeches - Nuevo Baztán - Colmenar de Oreja - Chinchón - Arganda - Madrid –
Por la autopista del aeropuerto de Barajas, jalonada de poblaciones-dormitorio y de industrias, nos encaminamos a Torrejón de Ardoz donde se puede ver la Casa Grande, una antigua granja de los jesuitas, verdadera joya arquitectónica, convertida en restaurante de lujo que, entre otras obras de arte, alberga un fabuloso museo, con más de 1.300 iconos rusos desde el siglo XII al XX.
Alcalá, a orillas del Henares, que en los últimos cincuenta años ha pasado de 10.000 a más de 200.000 habitantes, convirtiéndose en una más de las ciudades de la periferia industrial madrileña.
Alcalá es la cuna de Cervantes y el lugar donde el Cardenal Cisneros fundara la célebre Universidad Complutense, en recuerdo al nombre que los romanos dieron a este lugar: la antigua "Complutum". Los árabes construyeron en un cercano cerro un castillo, Al-Qalaa, del que se conservan algunos restos. Pero pronto bajaron al fértil llano que riega el Henares, río al que también dieron nombre los árabes, pues a la nueva población la llamaron Al-Qalaa Nahar, es decir, la actual Alcalá de Henares. En 1118 fue conquistada por el Arzobispo de Toledo, don Bernardo. Y desde entonces fue adquiriendo más y más importancia en la historia de España. En 1135 el Arzobispo don Raimundo le concede el famoso "Fuero de Alcalá", imprescindible para conocer la historia de los municipios españoles. En 1148 Alfonso XI dicta aquí el Ordenamiento de Alcalá, importante monumento jurídico. Varias veces se celebraron aquí las Cortes de Castilla. El famoso Arzobispo Ximénez de Rada la convirtió en sede episcopal y construyó un fabuloso palacio, del que pocos restos nos quedan. Pero su mayor gloria la alcanzará Alcalá cuando en 1498 Cisneros ponga la primera piedra del Colegio de San Ildefonso y en 1508 funde la Universidad. Los primitivos edificios debieron ser muy humildes. Dice la tradición que Cisneros afirmó que "otros harán en piedra lo que yo he comenzado en barro". Sin embargo, pronto la Universidad de Cisneros se convirtió en uno de los más importantes centros culturales y científicos del renacimiento europeo. Erasmo fue llamado para impartir docencia en sus aulas. En 1517 se termina de imprimir en la Universidad una importante obra científica: "La Biblia Complutense", o “Políglota", escrita simultáneamente en "hebreo, latín, griego y caldeo". Cisneros levantó también la iglesia de San Ildefonso, agregada a la Universidad como capilla de la misma, y reedificó en 1488 la iglesia Magistral, llamada así porque todos los sacerdotes que componían el cabildo tenían que ser profesores de la Universidad. Sólo la Magistral de Lovaina tiene esta misma normativa. Aunque muy dañada por la guerra civil, la Magistral ofrece aún hoy al visitante la magnificencia de su factura gótica, con 43 pilares que sostienen bóvedas con el escudo de Cisneros en sus florones centrales.
La Magistral o Capilla Universitaria, conserva además del cuerpo de Cisneros, importantes obras de arte, diversas reliquias y preciosas muestras de rejería castellana. El sepulcro del Cardenal Cisneros es obra proyectada por el escultor florentino Doménico Fancelli. Pero, muerto éste, le fue encomendada la terminación del trabajo a Bartolomé Ordóñez, que se trasladó a Carrara, en donde, labrando el mármol según era directamente extraído de las canteras, terminó la obra con ayuda de los discípulos italianos de Fancelli. El sepulcro fue trasladado a España en 1520 y por él se pagaron 2.100 ducados de oro, se conserva rodeado de una única filigrana de las yeserías que dan origen a un estilo artístico que lleva su nombre (al estilo Cisneros) y bajo artesonados de influencia mudéjar.
Lo que hoy se conoce como la Universidad no es sino el Colegio de San Ildefonso, reedificado por Gil de Hontañón entre 1542 y 1553.
La fachada del edificio es un auténtico modelo del "estilo purista", propio de mediados del XVI, y muy característico del renacimiento español, agotado el plateresco de principios de siglo y sin que haya comenzado aún el herreriano. Dispone de grandes elementos decorativos entre amplios paneles lisos de piedra, y está coronado por un frontón con el escudo imperial, bajo la figura de Dios padre, entre dos galerías con arcos de medio punto que rematan el edificio, orlado todo él por el cordón de San Francisco, alusión a la Orden religiosa a la que pertenecía el Cardenal Cisneros.
En el interior hay tres patios. El primero, sereno y ordenado, construido en el XVII, está circundado por 96 columnas ordenadas en tres pisos. El segundo, llamado de los filósofos, da entrada al altar de la Capilla Universitaria, El tercer patio o patio trilingüe, de estilo plateresco, revestido de una gran elegancia, da paso al Paraninfo. El Paraninfo puede calificarse como de apoteosis del "estilo cisneros", con ricas yeserías, artesonado, tribunas para el público y el púlpito doctoral. Fue concluido entre 1518 y 1529, al tiempo de la muerte del Cardenal. En sus paredes, una serie de carteles nos recuerdan los nombres más preclaros de la intelectualidad española de los siglos XVI y XVII que pasaron por las aulas universitarias alcalaínas.
El viajero, para llegar al patio Trilingüe y al Paraninfo, hará bien en salir de la Universidad y, dando la vuelta a la manzana, encaminarse a la Hostería del Estudiante, mesón con gran abundancia de platos típicos. No se descarte celebrar allí la comida del día, si es invierno, al calor de su gran chimenea. Los martes ofrecen un estupendo cocido, el plato madrileño por excelencia, con sus tres "vuelcos", de sopa, garbanzos con embutidos y carne, y verduras. Otras especialidades son las migas, las judías del tío Lucas y una gran diversidad de postres. La Hostería se alberga hoy en las edificaciones del antiguo Colegio de San Jerónimo.
Pero las glorias de Cisneros no son las únicas de Alcalá. La ciudad (que recibió el título de tal de manos del Rey Carlos II) tiene también la de ser el lugar de nacimiento de Miguel de Cervantes Saavedra, el inmortal autor de "El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha", en 1547. La casa del gran novelista y poeta, fue edificada sobre su solar natal. Allí vivió sus primeros años el insigne novelista. Es un precioso edificio del siglo XVI, con un agradable patio, que alberga testimonios de la época, situado al inicio de la calle Mayor.
Visita merece el conjunto constituido por la iglesia de las Bernardas, de curiosa planta elíptica con capillas sobre las que se alzan tribunas accesibles desde el contiguo Palacio Episcopal. Éste último es un edificio singular levantado sobre el que en el siglo XII construyera Ximénez de Rada. Encuadrado por las altas murallas de piedra y ladrillo que aún hoy rodean parte de la ciudad, este palacio es una mezcla de estilos, verdaderamente magnífico. En la fachada, con elegantes ventanales y una sugestiva galería superior, llama la atención el impresionante escudo. En el interior, la escalera principal y, sobre todo, el Salón de los Concilios, con yeserías cisnerianas y un formidable artesonado, fueron incendiados durante la guerra civil.
La ciudad dispone de multitud de iglesias y conventos de los siglos XVI y XVII, así como de colegios de la antigua Universidad. Llegó a tener más de 30 colegios, de los cuales 18 fueron proyectados por Cisneros, que llegó a fundar siete en un sólo día, el 23 de marzo de 1513.
Otro edificio de interés, es el Hospital de Antezana, del siglo XV. En él actuó como enfermero San Ignacio de Loyola. Hay cuadros con la vida del Santo y una leyenda que dice: "Aquí dio principio el misterio de enseñar, con la ayuda de Dios, al tiempo que Lutero empezó a sembrar su pestilente secta en las Universidades de Alemania."
Antes de abandonar Alcalá podemos comprar, a través del torno de las Beatas de San Diego, sus riquísimas almendras garrapiñadas. Y en cualquiera de sus surtidas y apetitosas confiterías, los riquísimos dulces alcalaínos (rosquillas de Alcalá, pestiños, chocolate blanco, canutillos rellenos) o madrileños (bartolillas, mojicones, bizcochos de soletilla, paciencia, mazapanes...).
Desde Alcalá visitaremos, el pueblo de Loeches, donde veremos la iglesia renacentista de la Asunción y el convento de las Dominicas, fundado por el Conde-Duque de Olivares. Alberga cuadros de Rubens, Tiziano, Tintoretto... Una sobria fachada de estilo teresiana y carmelita da paso a la iglesia, cuyo mayor interés está en conservar el panteón de la Casa Ducal de Alba. El panteón recuerda el de los Reyes españoles en El Escorial, y sus vidrieras le dotan de un encantador color azul. Destaca, en el centro, el bellísimo mausoleo de doña Francisca de Sales, Duquesa de Alba, hermana de la Emperatriz Eugenia de Montijo.
Nuevo Baztán, el pueblo siguiente en nuestra ruta, tiene de interés una alargada construcción de Churriguera (iglesia y palacio), que se sitúa en medio de una gran plaza y varias manzanas de casas, todo ello proyectado por el gran arquitecto barroco, y que es uno de los primeros intentos de planificación urbanística. Se realizó entre 1708 y 1718.
Colmenar de Oreja, con una iglesia-fortaleza, donde destaca la capilla del Sacramento y los frescos del pintor Ulpiano Checa, pintor de finales del XIX y principios del XX, cuyas obras se custodian en un museo que fue donado por los hijos del pintor a la población.
Chinchón, es un pueblo lleno de tipismo, con una Plaza Mayor al pie de la iglesia, donde se celebran famosas corridas de toros. Pueden visitarse los restos de¡ castillo y la iglesia parroquia, cuyo cuadro de la Asunción, en el altar mayor, fue pintado por Goya. Su hermano, don Camilo, era el párroco del pueblo.
Famoso en Chinchón es su anís, que puede adquiriese en cualquier tienda, conocido en toda España.
Arganda nos ofrece además de fábricas, su parroquia, con una interesante sacristía, y la degustación de algún vino de la tierra, ya que Arganda es el primer centro vinícola de la provincia, con denominación de origen “Vinos de Madrid”
5ª RUTA LOS PALACIOS REALES DEL NORTE Y LA SIERRA DE GUADARRAMA
Madrid - El Pardo - Colmenar Viejo - Manzanares el Real - Miraflores de la Sierra - El Paular - (Cotos) - (Navacerrada) - La Granja - Riofrío - Pedraza - Sepúlveda - Riaza - (La Pinilla) - Buitrago - Torrelaguna - Talamanca - Madrid
El Pardo es un conjunto de edificios y un pequeño pueblo que surge, ya en la Edad Media, en torno al palacio que levantan los Reyes de Castilla en un monte (el monte de El Pardo), abundante en vegetación y en caza.
Todavía hoy sorprenderá al viajero el que apenas a 10 Km. de una enorme ciudad como Madrid haya un bosque donde viven en libertad gamos, ciervos, jabalíes, el águila imperial (...) Hasta muy avanzada la Edad Media hubo también osos, el lugar más meridional de la Península donde podían encontrarse estos animales. El oso figura en el escudo de Madrid como emblema representativo de la ciudad. Los primeros datos sobre este coto de caza datan de principios del siglo XIV.
El Rey Enrique III, a finales de este siglo, construye un primer edificio que es sustituido por un gran palacio, comenzado a edificar por Carlos V y finalizado por Felipe II. Era un edificio cuadrado, con torres en las esquinas y con un patio central, que se levanta en medio de su entorno de jardines y fuentes. Pero este palacio de caza de los Austrias se convierte en Sitio Real, es decir, lugar de residencia de los Reyes en la época de los Borbones. Felipe V construye la Capilla Real y Carlos III amplía extraordinariamente el palacio y encarga la construcción del pueblo al italiano Sabatini.
En El Pardo se produjeron hechos importantes de la Historia de España. Allí murió de tuberculosis Alfonso XII en 1885 y allí, ese mismo día, se llegó al famoso "Pacto de El Pardo" entre el conservador Cánovas y el progresista Sagasta, que introdujo el Turno de partidos "a la inglesa" en la política española de fines del XIX y principios del XX. En él vivió el General Franco desde 1940, finalizada la guerra civil, hasta su muerte, en 1975.
El palacio, Carlos III lo utilizaría especialmente como centro de cacerías, a las que era muy aficionado. Se dice que el Rey, por sí mismo, mató 539 lobos y 5.323 zorros.
El palacio queda ampliado a más del doble con la construcción de un cuerpo exactamente igual al lado del existente y otro central, que sobresale en la fachada principal y en la posterior, para ensamblar el conjunto. Así, el foso y el bloque izquierdo de la edificación son de la época austriaca, y el volumen central y la parte derecha son ya de los Borbones. En esta parte derecha se encuentra la capilla y la galería elevada que la une al palacio, construidas ambas por Fernando VI, ya en el siglo XIX.
Es un edificio neoclásico, como corresponde a la época. Detrás de la capilla, un gran número de edificaciones, todas iguales, albergaban diversos servicios de la corte.
En el interior del palacio se recorren solamente las salas del palacio de los Austrias, cuya decoración es la típica de los palacios de los Borbones de El Escorial y en Aranjuez.
Los Borbones decoran, pues, el antiguo palacio austriaco al gusto de la época. Pero sí que hay que destacar sobre todo, junto a los relojes, espejos, lámparas, candelabros, etc. la magnífica colección de 350 tapices. Nos detendremos con mayor atención en el "comedor de gala", donde Franco celebraba sus consejos de Ministros, y en su despacho oficial, donde, entre otras joyas, se encuentra el retrato de Isabel la Católica firmado por Juan de Flandes. Sin duda nos llamará la atención la sala neogótica, donde murió Alfonso XII, convertida en oratorio por su viuda, con dos espléndidas tallas de marfil.
En el otro lado del edificio el patio ha sido cubierto con cristales y se emplea para comidas de gala, ya que el palacio de El Pardo ha quedado como residencia para jefes de Estado extranjeros en visita oficial; la alfombra que cubre su suelo es toda de una pieza y pesa 1.800 kilos.
La Casita del Príncipe para el futuro Carlos IV es de estilo neoclásico, construida entre 1784 y 1791, con interesantes salas, como la "sala de mármol", la "sala Pompeyana" y la "sala de Valencia".
Próximo a este conjunto está el palacete de la Zarzuela, donde reside el Rey de España Don Juan Carlos I.
En el pueblo lo único interesante es el convento de Capuchinos, al otro lado del río Manzanares, donde se encuentra el "Cristo de El Pardo", famosa talla yaciente obra del gran escultor del XVII Gregorio Fernández, al que se lo encargó el propio Rey Felipe III en 1605.
Antes los Reyes Borbones repartían el año entre sus cuatro palacios cercanos a Madrid. Pasaban la primavera en el ajardinado palacio de Aranjuez; combatían los rigores del verano entre las fuentes de la Granja; su otoño transcurría en El Escorial, y durante el invierno ocupaban el palacio de El Pardo.
Colmenar Viejo, donde el interés se centra en su Iglesia parroquial, de un gótico tardío, para admirar su bella portada Y su espléndido retablo, de la segunda mitad del XVI, con una gran riqueza escultórica y pictórica. En la casa parroquial se guardan algunas valiosas muestras de orfebrería religiosa.
Manzanares el Real, que se levanta junto al embalse de Santillana, siempre sobre el Manzanares. El castillo de Manzanares es hoy propiedad de los Duques del Infantado, que lo han cedido al Estado para su restauración y usufructo a la Comunidad.
Uno de sus primeros señores fue el Marqués de Santillana, poeta medieval de la corte de Juan II.
El castillo dispone de una pradera alrededor y de un recinto amurallado. Tras él el cuerpo del castillo propiamente dicho con planta cuadrada con cuatro torres en los ángulos coronadas de torreones cilíndricos y la torre del Homenaje.
La riqueza de su decoración, su bella galería (con estructura muy parecida al palacio del Duque del Infantado, en Guadalajara) abierta en la fachada Sur, y en el que pronto nos damos cuenta de que las barbacanas defensivas no tienen valor militar, sino decorativo, nos dice que este edificio fue residencia nobiliario palaciega y no un castillo militar.
Miraflores de la Sierra es un bello rincón serrano, lleno de pintoresquismo, que bien merece un paseo por sus típicas calles. Este es un lugar de gran atractivo turístico, con vistas panorámicas del Guadarrama y la zona montañosa de "la Pedriza", en el nacimiento del Manzanares, junto a otros muchos cursos de agua que serpentean y saltan entre enormes bloques de granito.
Rascafría y al Monasterio del Paular.
El Monasterio del Paular está situado ya en plena Sierra, en un bellísimo lugar tranquilo y apartado, en medio de espesos bosques, abundante agua y poblada fauna. Desde mediados del siglo XIV hasta el siglo XVI, con Carlos V, los diferentes Reyes de Castilla, de la Casa de Trastámara concedieron privilegios y realizaron grandes donaciones a favor de la comunidad de frailes cartujos que allí instalara Juan I en 1390, en cumplimiento de una promesa de su padre, Enrique II, el primer Rey de la dinastía.
Al Monasterio levantado se añade un palacio construido por Enrique III. Las obras concluyen con Juan II en 1440, aunque todavía, a finales del XV, los Reyes Católicos engrandecen el lugar con nuevos elementos arquitectónicos decorativos y obras de arte, e igualmente Carlos I, que tenía especial predilección por este lugar. Se cuenta que cuando el Emperador recibió noticia de que su escuadra se debatía en medio de un fuerte temporal frente a Argel, contestó: "Ea, tened buen ánimo, que es la hora en que rezan maitines mis cartujos del Paular".
Las edificaciones forman un conjunto armónico con tres recintos: el Monasterio, la iglesia y el palacio de los Reyes, que hoy está convertido en un confortable hotel de lujo.
Este Monasterio quedó abandonado y entró en ruina en el siglo XIX. Hoy se ha encargado el Estado de su restauración y han regresado los frailes, ahora de la 0rden Benedictina.
Entramos en el recinto por el jardín de "la Cadena". A un lado tenemos la capilla de los reyes; al otro, un gran arco renacentista cobija la puerta de entrada; sobre ella tres hornacinas platerescas, y sobre el arco, los escudos de los Trastámara.
El gran patio del Ave María, sereno y sencillo, con columnas de piedra, da paso a las dependencias del hotel, donde bien podrá el viajero hacer la comida de mediodía.
Un claustro gótico nos conduce al atrio de la iglesia, a la que se accede a través de una magnífica puerta gótica construida por Juan Guas en tiempo de los Reyes Católicos. En el tímpano, un relieve hispano-flamenco policromado, que representa a la Piedad.
La iglesia, de una sola nave, de colores blanco, dorado y azul destacará por su hermosa reja y, sobre todo, por su retablo gótico de alabastro, que pudiéramos calificar de inigualable. Su riqueza escultórica, su policromía y su filigrana exigen una pausada atención del visitante. Tras el altar se encuentra una hermosísima capilla barroca, cuajada de los elementos decorativos propios del estilo de Churriguera, con diversas pinturas, mármoles, altares empotrados y un templete donde se encuentra el sagrario. Un "transparente" o mampara barroca, policromada en oro y rojo, divide este recinto en dos partes: antecámara y cámara del sagrario. La visita se completa con una vuelta por el claustro, gótico isabelino, con cuatro series de bóvedas, una en cada lado, y con la Sala Capitular, en donde destacan diversas tallas y un espléndido altar barroco.
La Granja, al otro lado de la Sierra, al Norte, entre los pinares de Valsaín, nuevo coto de caza real, conocido desde la Edad Media, abundante en osos y jabalíes.
Los Trastámara tenían aquí una "casa de bosque" para sus cacerías. Enrique IV, el hermanastro y antecesor de Isabel la Católica, llegó a instalar una "casa de fieras" de animales salvajes africanos.
Los Austrias utilizaron también el pabellón de caza, y Felipe II construyó en este lugar un palacio de verano. Destruido este palacio por un incendio y arruinado por el tiempo, son los Borbones los que se fijan de nuevo en Valsaín, en cuya linde Norte, en el lugar denominado San Ildefonso, Felipe V ordena levantar un palacio y trazar unos jardines que recuerden los de Versalles.
Era el palacio y los jardines de "La Granja de San Ildefonso".
La Granja es llamada así por ser lugar de recreo que los Reyes Católicos habían donado a los monjes jerónimos del Monasterio del Parral, de la vecina Segovia.
Es este el lugar que escoge Felipe V, al que no agradaba la austera serenidad de El Escorial. El rey Felipe V, primer Borbón, compra la granja a los frailes y encarga el palacio a Ardemans, Juvara y Sachetti, arquitectos que ya estaban trabajando en el nuevo Palacio Real de Madrid.
El trabajo en los jardines y las fuentes se lo encargan a Carlier y Boutelou.
El total de las obras, que comenzaron en 1721, no finaliza hasta el reinado de Carlos III, bien entrado el siglo XVIII.
Fue éste lugar predilecto para residencia de los Reyes durante los siglos XVIII y XIX, donde caben reseñar importantes acontecimientos:
la abdicación de Felipe V; su regreso al trono cuando muere a los pocos meses el joven Rey, su hijo Luis I;la boda de Carlos IV; la firma del Tratado de San Ildefonso, por el que Godoy une España a la Francia revolucionaria contra Inglaterra en 1796 (más tarde, por el Tratado de Aranjuez repetiría la alianza, esta vez con Napoleón); en La Granja dio la Infanta Carlota su famosa bofetada al primer Ministro Calomarde (que contestó con la conocida frase: "manos blancas no ofenden"), rasgando el documento por el que el Rey sancionaba la ley sálica, que prohibía reinar a las mujeres, pretendiendo impedir que heredase el trono la futura Isabel II; y aquí, por fin, se produjo la rebelión de los sargentos, que en 1836 obligó a la regente María Cristina, durante la minoría de edad de Isabel, a poner en vigor la Constitución de 1812.
En la Granja los Borbones construyen de nueva planta un pueblo y una serie de edificaciones para los servicios palaciegos como: el cuartel de guardia, Casa de los Oficios, Casa de Infantes.
El palacio:
A la entrada del complejo levantan la Real Cristalería, fábrica de vidrio, en 1746.
La entrada se realiza por una amplia avenida, bordeada de árboles, a la que da acceso grandes puertas de hierro, que, hacia su mitad, se ensancha, formando una gran plaza en la que se levantan gigantescos ejemplares arbóreos. Ante el espectador, en primer término, se alzan las torretas y la cúpula de la iglesia del Palacio Real.
El Palacio Real tiene su fachada noble en el lado contrario por el que accede el visitante, mirando hacia los jardines. Grandes columnas, entre las que se abren los balcones, recorren de arriba a abajo el edificio, que está coronado por una balaustrada.
Las fachadas laterales, en forma de "u", forman a cada lado del palacio dos patios, llamados "de Coches" y "de la Herradura".
En su interior encontramos mobiliario y decoración rococó: techos pintados, relojes, porcelanas, candelabros, espejos... Hay también mobiliario estilo imperio y regencia. Entre las salas destacamos, en la planta baja, el comedor, con grandes estatuas clásicas, y el salón de mármoles. En la planta superior, el gabinete japonés, el despacho oficial del Rey, el salón del trono, mirando hacia los jardines, y el dormitorio real. Pero sin duda lo más admirable son las salas que constituyen el "Museo de Tapices" con bordados de lana y seda, plata y oro, flamencos y españoles, desde el siglo XV al XVIII, es decir, desde el valiosísimo tapiz gótico de San Jerónimo hasta tapices de Goya, estaba en restauración por lo que habrá los consabidos cambios de lugar y de elementos.
La iglesia de palacio, o colegiata, de Ardemans y Sabatini, dispone de un soberbio altar de mármol, lapislázuli y bronce, cuadros y bóvedas pintadas por Bayeu y Maella. Tiene planta de cruz latina, y a ella se añade una sacristía con cuadros que se atribuyen a Alonso Cano y a Murillo, y una "Sala del Panteón", donde está el mausoleo de Felipe y su esposa, de mármol rojo y bronce.
Los jardines pueden calificarse de maravillosos: cuidados parterres, jarrones, estatuas, y veintiséis bellas y monumentales fuentes, aparte de otras muchas, más pequeñas, espaciadas entre los paseos y glorietas.
Los jardines se dividen en dos partes: la alta, libre y natural, en donde viven corzos y faisanes, y la baja, que son los jardines que recorreremos. Tienen una extensión de 146 Ha. están rodeados de un alto muro de seis kilómetros de largo. Al final de los jardines, en la alta, hay un gran embalse llamado "el mar", que suministra agua a las numerosas fuentes, poblado de peces.
Las fuentes se ven desde el eje de la fachada posterior o principal que ascienden a lo alto de los bosques.
Son la Fuente de la Gran Cascada, la de Neptuno, la Carrera de Caballos, la de las Tres Gracias y la de Andrómeda.
Mirándolas de frente, a la izquierda se encuentra el Jardín de las Flores, y más arriba, el laberinto; sólo la Fuente de los Caracoles y la del Abanico se encuentran en este lado. La mayoría de las fuentes y la mayor extensión de los jardines se sitúan a nuestra derecha.
Podemos recorrer por aquí un amplio número de paseos entre los parterres, para admirar, de arriba a abajo, la Fuente del Canastillo, la de la Traza, la de las Ranas, la de los Vientos, la de los Dragones, los Baños de Diana, y luego, desde ésta, la Fuente y los parterres de la Fama, con lo que llegarnos ya a la salida por el lateral izquierdo del palacio. La Fuente de la Fama tiene un surtidor que se alza hasta 46 m. Las fuentes se abren sólo en días señalados, como el día de S Ildefonso (23 de enero), San Fernando (30 de mayo) y el de San Luis, Rey de Francia (25 de agosto).
Está en curso una obra hidráulica que va a permitir muy pronto abrirlas diariamente.
( “El origen y los objetivos de La Granja y sus jardines queda explicado así por el Marqués de Lozoya en su libro "Segovia":
"Es un concepto erróneo muy difundido el que supone que Felipe V, el primer Borbón de España, quiso atenuar en La Granja, desde el primer momento, su añoranza de Versalles. Por el contrario, el Rey, muy devoto, y atacado de una aguda melancolía, renunció al trono en su hijo Luis e intentó refugiarse en un retiro campestre, como había hecho antes Carlos V, abdicando la corona en Felipe II y recluyéndose en Yuste. Así, en 1720, transformó la granja de los jerónimos en un pequeño y austero palacio.
Solamente en su segundo reinado, después de la muerte de Luis I, su segunda esposa, la joven y emprendedora Isabel de Farnesio, dueña de la voluntad de su esposo, hizo ampliar y enriquecer el primitivo proyecto, construyó la magnífica fachada principal y ordenó las admirables perspectivas de los jardines, que no tienen rival en belleza. "
En Torrelaguna se encuentra el sepulcro del gran poeta medieval Juan de Mena. De él son estos versos sobre la lujuria:
Si de lujurioso fuego rápido lo mata luego
te sinceres encender, con agua de castidad
no lo dejes bien prender no exponiendo voluntad
amigo, yo te lo ruego, ni por veras ni por juego.
Pero al lado de Torrelaguna está Buitrago, señorío de otro gran poeta de la Edad media: el Marqués de Santillana.
¿Se refería a él Juan de Mena cuando atacaba la lujuria? Del Marqués, que poco caso debía hacer a su vecino y colega literario, son las serranillas que dedica a una joven moza de aquellos contornos:
Allá, en la vegüela tan bella la ví
de Mata de Espino, que me hizo gana
en ese camino la fruta temprana.)
que va a Lozoyuela,
El palacio de Riofrío fue construido por Isabel de Farnesio, la viuda de Felipe V, temerosa de que el nuevo Rey, Fernando VI, hijo de la primera esposa, la apartase de La Granja. Y por ello, muy cerca, construye un palacio, el de Riofrío, que la muerte de Fernando VI y la subida al trono de su hijo Carlos III, puesto que el Rey no tenía descendencia, hace que nunca llegue a ocupar.
El palacio es una construcción cuadrada, de 100 m. de lado, de color rosado, que se alza aislado en medio de un bosque por el que corretean ciervos y gamos, que llegan a comer de la mano del visitante.
En el interior del edificio, de tres pisos severamente ordenados, el segundo con grandes balcones, destaca la espléndida escalera imperial y el gran patio central. El interior carece de la decoración rococó de otros palacios borbónicos. Como sabemos, no llegó a ocuparse en el siglo XVIII. En el XIX sólo lo fue por don Francisco de Asís, esposo de Isabel II, y por Alfonso XII, que se retiró aquí al quedar viudo en plena juventud, casi en la luna de miel, de su esposa, la llorada Reina Mercedes. Su decoración, típica del XIX, responde al gusto romántico. Salas de interés son el oratorio, el comedor de gala, la sala de música y los aposentos reales.
El interior del palacio se ha dedicado a museo de caza, con dos secciones: Historia de la caza en España y fauna cinegética española. En la primera, armas y trofeos, así como cuadros de caza (uno de Velázquez, llamado "La Cuerna") y tapices cinegéticos de Goya y Bayeu. La segunda está compuesta por una colección de dioramas.
Pedraza es uno de los pueblos españoles que mejor conservan la estructura, los rincones urbanos y la arquitectura popular de siglos pasados. Toda ella se encuentra amurallada, y sólo es posible entrar, aun hoy en día, por la "Puerta de la Villa". La calle real nos lleva hacia la Plaza Mayor, con viejas casonas, entre las que fuertes columnas de piedra sostienen soportales con vigas de antiguos troncos. Un viejo castillo remata el pueblo en su parte más alta. En él estuvo prisionero el Rey de Francia Francisco I y sus hijos, Francisco y Enrique de Valois.
Podemos visitar en Pedraza su iglesia románica. Pero lo más interesante será dar un paseo por sus típicas calles, con preciosos rincones y casas blasonadas, pues no en balde Pedraza fue en la Edad Media una poderosa villa medieval. Podemos comer en la Hostería Nacional "Pintor Zuloaga".
El castillo de Castilnovo es una recia fortaleza-palacio situada en un vallecillo lleno de verdor. Es un castillo que, constructivamente, arranca del siglo XII, y es una bella muestra de arquitectura militar toledano-mudéjar. Fue propiedad de importantes familias nobiliarias, y en la actualidad pertenece a los Marqueses de Quintanar.
Toda la zona que estamos recorriendo está llena de pequeñas ermitas, pueblecitos y restos diversos de la época románica.
Sepúlveda se alza en un alto escarpe protegido, a manera de foso, por las hoces del Duratón y del Castilla. Esta estratégica posición defensiva fue ocupada sucesivas veces y disfrutada por moros y cristianos, hasta que Sancho García le concede el famoso "Fuero" que lleva su nombre, con un gran territorio (la "Comunidad de Villa y Tierra") dependiente del concejo sepulvedano, que actúa en él como si de un señor feudal se tratase.
Poco queda de sus grandes murallas ni de las siete puertas que en ellas se abrían. Pero su carácter de recia fortaleza se aprecia contemplando los restos del castillo que se alzan tras su Ayuntamiento, en su bella Plaza Mayor. Calles, como la de Santiago, repleta de edificios blasonados de noble porte; el barrio de la judería, con su arco mudéjar de entrada; la plaza de San justo, la Casa del Moro.... todos sus rincones y calles serán recorridos con fruición, sin duda, por el viajero. Sepúlveda, por otro lado, ha dado origen a un estilo arquitectónico propio, el "románico sepulvedano", antecedente, más tosco y primitivo, del característico "románico segoviano". El gran monumento del estilo es la iglesia de San Salvador, cuya torre ya habíamos divisado desde lejos dominando el caserío, edificada en 1093.
Otras iglesias que pueden visitarse son Nuestra Señora de la Peña, San Bartolomé, San Justo y Santiago. Es lo que queda de las 15 parroquias que en la Edad Media tuvo la ciudad.
Sepúlveda es un sitio ideal para comer. el cordero lechal, un corderillo de pocas semanas, tierno y jugoso, acompañado tan sólo de ensalada y regado por los vinos del Duero.
Riaza fue también "Comunidad de Villa y Tierra", y en ella (como en Ayllón) nos interesará sobre todo el tipismo y sabor de sus antiguas calles, sus soportales y sus casas solariegas, habitadas por los hidalgos que dominaban el concejo. La Plaza Mayor es un ejemplo de lo que venimos diciendo, así como sus calles y sus rincones. Si el viajero llega a Riaza en el segundo domingo de septiembre podrá participar en los encierros y corridas de toros que se celebran en ella. En la parroquia, aunque muy deteriorada, hay una "Piedad"•, de gran valor estético.
Cerezo de Arriba, el aficionado al deporte de la nieve cuenta con la estación invernal de la Pinilla, con muy buenas instalaciones deportivas, en la ladera del Pico del Lobo.
En Ayllón, sede de la corte del favorito de Juan II, el Condestable de Castilla don Alonso de Luna. Restos de murallas, torres y arcos, como el espléndido con los escudos de los Condes de San Esteban de Gormaz.
Casonas y palacios, como el de los Contreras, de 1497, o la Casa del Águila; calles, como la de Pellejeros o la calle Real; plazuelas, como la del obispo Vellosillo; iglesias, como la de Santa María o San Miguel, y, sobre todo, la de San Juan, pese a su estado ruinoso. En el palacio del Obispo Vellosillo se ha instalado un pequeño museo.
Buitrago conserva sus importantes murallas y el recinto de su castillo en un ángulo de las mismas, en cuya explanada se celebran fiestas y corridas de toros. Buitrago fue señorío de la poderosa familia nobiliario de los Mendoza. Se entra en el Buitrago antiguo a través de una puerta sobre la muralla para admirar callejuelas y casas medievales de madera y ladrillo. Hoy hay que añadir la visita al Museo de Picasso.
Torrelaguna aquí nació la esposa de San Isidro Labrador, el Patrón de Madrid, cuna también del Cardenal Cisneros, el fundador de la cercana Universidad de Alcalá de Henares, fue también el lugar de la muerte y el enterramiento del gran poeta medieval Juan de Mena.
Cisneros fundó en su ciudad natal conventos e iglesias. Hoy, sólo el de las Concepcionistas, en la calle de las Monjas, junto a la plaza, recuerda esta época. Las demás están en ruinas, en las calles cercanas a la Plaza Mayor, con típicos soportales y un singular Ayuntamiento; existen antiguos palacios, como el de Juan de Salinas, sobre todo en la calle del Cardenal Cisneros, mientras la calle de la Estrella, la del Hospital o la de Contreras nos ofrecen ejemplos de arquitectura popular.
Pero sin duda el edificio clave a visitar en Torrelaguna es el bello edificio gótico de la iglesia de Santa María Magdalena, en cuya obra intervino también Cisneros, de tres naves, con un interesante retablo barroco, un elegante coro y dos púlpitos renacentistas y varias capillas y sepulcros con estatuas orantes. En esta iglesia fue enterrado Juan de Mena.
En Talamanca de Jarama se conserva restos de lo que debieron ser importantes murallas medievales. Se conserva en su iglesia parroquial del XVI, el antiguo ábside románico, y en un rincón cercano, restos de otro ábside mudéjar. Son pequeñas y humildes muestras, de escaso interés, de un glorioso pasado.
En Torrejón de Ardoz se debe de ver la Casa Grande.
TRABAJO: HACER UNA RUTA POR LA SIERRA DE SOMOSIERRA Y GUADARRAMA.
Podéis elegir salida, recorrido y destino final. se deben mencionar al menos diez paradas en pueblos o lugares de interés para los posibles turistas amantes del medio natural y les encanten otras actividades recreativas.